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Opinión - 12.02.2019

España-Marruecos: El salto pendiente

Ambos países cooperan mucho más de lo que sus opiniones públicas creen, pero menos de lo que podrían hacer

En contra de lo que se suele repetir, ambos vecinos no están condenados a entenderse, pero sí estarán condenados si no colaboran en un número creciente de ámbitos. Es hora de dar un salto cualitativo en las relaciones bilaterales, en beneficio de ambas sociedades.

Dicen que el roce hace el cariño, pero también genera fricciones. España y Marruecos son dos países que se rozan físicamente, y que tienen cada vez más vínculos humanos, económicos y en cuestiones de seguridad. Mucho ha cambiado la relación entre ambos países vecinos desde aquel verano de 2002, cuando estuvieron a punto de ir a la guerra por el minúsculo islote de Perejil. En los años transcurridos, los sucesivos Gobiernos —a ambos lados— han mostrado su voluntad de emplear un enfoque práctico y realista que ha permitido intensificar la cooperación en ámbitos económicos, migratorios y de lucha contra amenazas comunes como el yihadismo transnacional. Sin embargo, esa buena sintonía parece ser el resultado de que no se aborden aspectos de fondo que han enturbiado la relación en el pasado y que, probablemente, lo puedan volver a hacer en el futuro.

Las distintas encuestas de opinión en ambos países muestran que sus poblaciones son conscientes de la importancia de la relación bilateral. Marruecos y el conjunto del Magreb son una prioridad para España por diversos motivos que afectan a la seguridad de los españoles, pero también por las oportunidades que esa región vecina puede ofrecer. La opinión pública española ha tomado conciencia de ello, tal como refleja el Barómetro del Real Instituto Elcano (BRIE) del pasado diciembre. La región del Magreb (Marruecos en concreto) ha ganado relevancia en los últimos 40 años como objeto de atención por parte de la opinión pública española. A esa creciente importancia responde la visita de Estado que los Reyes de España emprenden al reino alauí, con el que España mantiene unas relaciones cada vez más densas, pero al mismo tiempo complejas.

Marruecos y España cooperan mucho más de lo que sus opiniones públicas creen, pero menos de lo que podrían hacer, dada su posición geográfica, sus conexiones humanas y las complementariedades que existen entre sus economías. Basta con fijarse en algunos datos para comprobar el salto que se ha producido a nivel económico. En el último lustro, España se ha convertido en el primer proveedor de Marruecos, por delante de Francia. El importante crecimiento de la presencia de empresas españolas (sobre todo pymes) y de los flujos comerciales a través del estrecho de Gibraltar ha hecho que Marruecos se haya convertido en el primer cliente de España en África y el segundo a nivel mundial fuera de la UE, solo superado por EE UU.

Las exportaciones de España a Marruecos ascendieron a más de 8.000 millones de euros en 2017. A esa cifra hay que sumar el contrabando —o “comercio atípico”— que se realiza a través de Ceuta (y de Melilla hasta que Marruecos cerró unilateralmente esa frontera comercial en agosto pasado). El auge de las exportaciones españolas arrojó en 2017 un superávit comercial con Marruecos de más de 1.700 millones de euros. Sin embargo, las inversiones españolas allí siguen siendo bastante bajas (en torno al 8% del total que recibe Marruecos). Dice mucho de lo que aún falta por hacer entre ambos países el hecho de que las principales multinacionales españolas estén ausentes o tengan una presencia limitada en el país vecino, sobre todo en un momento en que este está diversificando su lista de socios comerciales con una creciente presencia de EE UU, los países árabes del Golfo, China, Rusia, Turquía y países del África subsahariana.

Marruecos es un vecino que está a 14 kilómetros de la península Ibérica, pero solo a escasos metros del territorio español, con el que tiene fronteras terrestres. La proximidad geográfica, sumada a la presencia de una importante comunidad marroquí en España (cercana a las 700.000 personas, además de 200.000 nacionalizados españoles), al diferencial de renta per cápita (24.000 euros frente a 2.500 euros en 2017, según la ONU) y a las diferencias políticas, demográficas y culturales, suponen un terreno abonado para las divergencias y fricciones. Sin embargo, esas mismas realidades hacen que también existan motivos para cooperar más y buscar fórmulas de complementariedad beneficiosas para ambas sociedades, máxime cuando se solapan múltiples crisis económicas, sociales y políticas a ambos lados del estrecho de Gibraltar que amenazan con aumentar los conflictos sociales y con erosionar los respectivos sistemas políticos.

En Marruecos existe el riesgo de que aumente el malestar social si no mejoran las condiciones de vida y si no se generan oportunidades para la población que desea prosperar y no encuentra la forma de hacerlo. Tanto la baja renta per cápita, como las insuficientes tasas de crecimiento (1,1% en 2016 y 4,1% en 2017) y los niveles de desigualdad son fuentes potenciales de conflicto. Se hace necesario que el modelo de desarrollo impulsado en Marruecos alcance un crecimiento mayor y más inclusivo, reduzca las desigualdades de renta, mejore los servicios sociales y, sobre todo, combata el desempleo y el subempleo que golpean las expectativas vitales de los jóvenes. Un dato inquietante es que Marruecos se encuentre en el puesto 123 de los 189 países incluidos en el Índice de Desarrollo Humano del PNUD, por detrás de países vecinos como Argelia y Túnez (en los puestos 85 y 95, respectivamente).

Los principales focos de tensión entre ambos países siguen girando en torno a cuestiones de soberanía y delimitaciones territoriales, tanto terrestres como marítimas. Eso se suma a fenómenos como la gestión de la inmigración irregular (las llegadas a España crecieron mucho en 2018, hasta cerca de 65.000, sobre todo marroquíes) y la lucha contra los tráficos ilícitos, entre otros. Hay que aprovechar la buena disposición mostrada por los dirigentes de ambos países para abordar los contenciosos que requieren de buena voluntad política para su resolución de forma aceptable y gradual (la delimitación de aguas territoriales, la sostenibilidad económica y social de Ceuta y Melilla y la búsqueda de una solución justa y constructiva al conflicto del Sáhara Occidental), en lugar de esperar a que aparezcan situaciones de conflicto y crispación que se podían haber evitado.

España debe seguir apoyando a su vecino del sur, tanto de forma directa como en los organismos internacionales, y acompañarlo en las reformas que contribuyan a la modernización del Estado y al buen gobierno. No es mala idea que España sea “la voz de Marruecos en la UE”, siempre y cuando se haga desde el diálogo crítico y se vean avances en la consecución de objetivos comunes que contribuyan a la estabilidad y prosperidad de su vecindario. Uno de esos objetivos ha de ser la superación de los altos niveles de desconocimiento mutuo, de las percepciones cargadas de estereotipos y del déficit de contactos entre actores sociales y políticos.

La estrecha relación entre las jefaturas del Estado de ambos países ha sido una constante que ha resistido a las distintas coyunturas y dificultades en la relación bilateral. Esta relación ha sido clave para solventar situaciones de tensión en el pasado. Ahora es el momento de que esos lazos entre las monarquías sirvan para facilitar que se produzca un salto cualitativo en el plano social y humano entre ambos países, mejorando el conocimiento mutuo y construyendo puentes culturales y profesionales.

Haizam Amirah Fernández es investigador principal de Mediterráneo y Mundo Árabe en el Real Instituto Elcano y profesor de Relaciones Internacionales en el IE. @HaizamAmirah

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