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Opinión - 10.09.2019

El surfista Rivera

La sociedad española es más madura que el retrato-robot del elector que tiene el líder de Ciudadanos

Hace poco más de un año, Rivera surfeaba sobre la ola perfecta. La corrupción asolaba al PP y el independentismo asaltaba el orden constitucional. Ciudadanos se elevaba en las encuestas, con serias opciones de ganar unas elecciones. Pero, ahora, hundiéndose en los sondeos, los naranjas se enfrentan a un doble desafío: programático y estratégico.

Desde el punto de vista de las políticas, imaginemos, y es mucho imaginar, que Rivera obtiene su sueño más preciado en las próximas elecciones. Ciudadanos supera al PP y ambos, junto a Vox, consiguen mayoría absoluta. ¿Qué políticas pondría en marcha Rivera desde La Moncloa? ¿Es razonable pensar que fueran más “liberales” y “regenerativas” que las de un hipotético pacto con el PSOE hoy? No, más bien al contrario.

Y, desde un prisma estratégico, la negativa a pactar con el PSOE resta a Ciudadanos poder de negociación con el PP. En lugar de dictar los términos del contrato, Ciudadanos tiene que tragar con las propuestas de los populares y, además, sus sombras de corrupción. Si Ciudadanos levanta su veto al PSOE, rompería la promesa con la que se presentó a las elecciones. Pero el precio es que Ciudadanos acabe perdiendo una credibilidad más profunda: la de su misión fundacional. Los españoles están dejando de ver a los de Rivera como el partido capaz de luchar contra la corrupción y superar la política de bloques. Ahora, Ciudadanos es bloque. Y de hormigón.

La sociedad española es más madura que el retrato-robot del elector que tiene Rivera. Muchos españoles agradecerían a un partido versátil que sacara a los gobiernos que llevan décadas en el Gobierno, como el PSOE en Andalucía pero también el PP en Castilla y León o Madrid, y construyera coaliciones con aquellas formaciones que le dieran el plato de políticas más apetitoso. Con la fragmentación reinante, Ciudadanos podría ser el partido con mayor impacto sobre las políticas públicas —o sea, sobre la vida de los ciudadanos— del país.

La triste ironía es que, precisamente porque Rivera ha convertido al PP en su adversario electoral, fiándolo todo a lograr el sorpasso y ser la fuerza hegemónica de la derecha, ahora vive secuestrado por los populares. Renunciando a ser un partido autónomo, poderoso y flexible, Ciudadanos es ahora un apéndice, rígido e inane, de los populares.

Parece que la ola ha tirado a Rivera de la tabla de surf.

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