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Opinión - 18.11.2019

El rearme liberal

Si se quiere volver a competir, los votantes deben saber el producto que están comprando

Nadie antes que Rivera había conseguido construir una plataforma liberal con aspiraciones de victoria en la historia reciente en España. El resultado electoral y su marcha dejan un enorme vacío y una honda sensación de desasosiego. Ahora es necesario abrir un periodo de reflexión abierto, respetuoso y tranquilo. Lo más fácil es la elección del líder: Ciudadanos tiene a una candidata con los mimbres necesarios para aspirar a todo en España. Sin embargo, no es suficiente con cambiar al líder. Ciudadanos necesita también un rearme político e intelectual. Si se quiere volver a competir, los votantes deben saber el producto que están comprando. Seguro habrá muchas más visiones de lo que debe ser Ciudadanos en el futuro. Aquí va la mía.

Lo primero es recuperar el pragmatismo. Los liberales tienen una gran debilidad que es al mismo tiempo su principal fortaleza. Su situación en el centro del tablero las hace frágiles, puesto que sus votantes son inevitablemente más infieles. Pero la centralidad también les da un enorme poder: la capacidad de sumar mayorías a ambos lados del tablero. Vetar la posibilidad de sumar mayorías a un lado del tablero supone quedar condenado a la irrelevancia en una batalla de bloques. Pero también, y sobre todo, supone renegar de los principios políticos que justifican tu propia existencia: anclar al centro el rumbo del país, reducir la influencia de los nacionalismos y garantizar las reformas y la regeneración política. Por eso los liberales deben ser militantes del veletismo. Su valor es precisamente hacer lo que otros no hacen: entenderse con el que está en frente para avanzar.

Frente a los conservadores, los liberales abrazan el cambio y por eso deben ser siempre los garantes de las reformas y del progreso. La oportunidad histórica vilipendiada en las anteriores elecciones de transformar el país desde el centro es imperdonable. Es una mala estrategia siempre, para cualquier proyecto, poner por delante cualquier supuesto interés, al interés de España.

La idea de reformismo es esencial. Pero hay que saber hacia dónde reformar. Los liberales no tenemos menús prefijados de políticas como la izquierda y la derecha. Sabemos que para garantizar la igualdad de oportunidades, por ejemplo, el estado debe intervenir de muchas maneras. En muchos casos, como en la educación, el cambio climático o la igualdad efectiva de la mujer, más de lo que lo hace ahora. Pero también sabemos, a diferencia de la izquierda tradicional, que no hay que confundir objetivos progresistas con medios estatistas. El estado y el mercado son complementarios, no sustitutivos.

Una característica que debe distinguir siempre a los partidos liberales —no solo en sus programas, sino también en sus discursos— es el del rigor y la solvencia en sus propuestas. Siempre habrá mejores defensores de las bajadas infinitas de impuestos (que no cumplirán) o de promesas de gasto mayores (que también mienten). El valor de un partido liberal está precisamente en no sumarse a la subasta, sino en ganarse a fuerza de honestidad la credibilidad ante los ciudadanos. Esa es una tarea difícil: reconocer la complejidad en un mundo de populistas, es como ponerte a debatir con uno que lleva un altavoz. Pero basar tus propuestas en la evidencia a la larga da resultados: las mentiras del populismo tienen las patas muy cortas.

En un entorno de auge populista mantenerse en el centro es difícil. La polarización funciona como una fuerza centrífuga hacia los extremos, contaminando de radicalismo todo lo que se le acerca, para después engullirlo. En vez de sucumbir a esa tentación, los liberales deben verla como una oportunidad. Como demostró Macron, en un mundo de extremismos, los liberales están mejor posicionados que nadie para erguirse como líderes del antipopulismo y ejercer de fuerza centrípeta, concentrando el calor de todos los que rechazan los extremos, como garantes incólumes de la moderación.

Caminamos hacia un mundo en el que la batalla ya no va a ser entre la izquierda y la derecha, sino entre los defensores de la democracia liberal y sus enemigos. En España donde las fuerzas moderadas ya suman menos de dos terceras partes del total el reagrupamiento del gran centro va a ser una tarea inevitable. La segunda lección, por tanto, es convencerse de que el liberalismo político —que es un espacio político donde caben diferentes sensibilidades y que lidera gobiernos en media Europa desde hace más de un siglo— no es un estado de transición hacia ninguna parte. Sino todo lo contrario.

Pero para eso es imprescindible un nuevo liderazgo valiente, que en vez de ir por detrás de las encuestas a buscar votos que no son suyos, se ponga por delante y le diga a los votantes: “este es camino que debemos seguir”. Cuando Steve Jobs decidió que las pantallas de los teléfonos no iban a tener teclas, le llamaron loco. No existía la demanda de pantallas táctiles. Hoy ya no se fabrican los teléfonos con teclas. Eso es el liderazgo.

Finalmente, Ciudadanos debe retomar con valentía algunos de los valores que han estado presentes en todas las batallas liberales desde John Stuart-Mill. En el corazón de la idea liberal está la lucha contra la discriminación por razones de raza, de sexo, de clase o de religión. Defender la idea de igualdad y de ciudadanía consiste en confrontar de cara y con más convicción que nadie a sus enemigos. Los liberales no pueden ser tibios ante el nacionalismo, pero tampoco frente a la extrema derecha. Son nuestros valores, los de la sociedad abierta, los que encarna la Europa que ellos odian, los que nos salvaron de la destrucción del continente tras las guerras que trajeron sus ideas racistas y nacionalistas.

Hasta aquí las reflexiones normativas, ahora su implicación estratégica. La política implica hacer renuncias. Cuando tratas de abarcar demasiado, te acabas quedando sin nada. Ciudadanos debe renunciar al millón de votantes que prefieren el veto al progreso y recuperar el millón que se fue a la abstención, más los otros dos millones que en las encuestas de Octubre de 2015 estaban dispuestos a votar a Cs. Es inevitable, en la reconfiguración de esa estrategia no obviar una cuestión evidente. Nadie ha sido más valiente en la defensa de la igualdad en Cataluña que Ciudadanos. Sin embargo, los últimos resultados electorales —que dejan a Ciudadanos como octava fuerza en Cataluña— deben llevar a una reflexión. Hay que mantenerse firmes en los principios: pero el discurso de la guerra no sirve para construir la paz. Ciudadanos está en una posición privilegiada para rebajar la confrontación con los partidos constitucionalistas y atraerles hacia una posición común en Cataluña que nos permita a todos empezar a salir del agujero.

Toni Roldán Monés es director del Center for Economic Policy and Political Economy de Esade y fue secretario de programas de Ciudadanos. 

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