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Opinión - 18.04.2020

El pacto de los montes

En el pasado Pedro Sánchez no ha sabido tender la mano ni a los compañeros de partido con los que compitió en primarias. Será ahora o nunca

El parto de los montes, en la vieja fábula de Esopo, fue un proceso terriblemente aparatoso que, tras desatar las grandes fuerzas de la naturaleza entre ruidos y temblores, acababa con el nacimiento de un pequeño ratoncito. La moraleja, modulada de Horacio a Samaniego, apunta a que la promesa de grandes cosas a menudo queda en casi nada. Y es fácil intuir el riesgo de que los Nuevos Pactos de la Moncloa acaben en un «pacto de los montes»: una aparatosa puesta en escena, con gran faramalla mediática, resuelta con poca cosa. Los primeros indicios son pobres. Arrimadas, después de 40 minutos de conversación, acabó preguntándose qué pretendía puesto que no le había transmitido ni objetivo, ni metodología ni propuestas, o sea, básicamente nada. Es inevitable considerar que Casado se enteró por la prensa porque el mensaje no estaba destinado a él sino a la prensa.

El Gobierno actúa con la ventaja de la expectativa de los ciudadanos: si esta crisis no da para unirse en un pacto de Estado, ¿qué esperanza queda de la menor unidad nacional? Esa es la expectativa de la mayoría, y precisamente se ha esgrimido el CIS como aviso a navegantes. Seguramente esto es lo que frena el deseo del PP de mandar a Moncloa, como Vox, a hacer puñetas. Y es posible, en definitiva, que entre rivales sea imposible un verdadero pacto de buena fe, como sostenía John William Cooke, aquel peronista argentino con nombre de profesor de Harvard; pero lo que importa no es la buena fe más o menos entusiasta, sino la conciencia de que hay que pactar por el interés de la mayoría. Ya sea haga por cálculos tacticistas o por necesidad instintiva.

Al Gobierno le toca pasar de las musas al teatro. No se trata de formular una idea sugerente —ahora Mesa de Reconstrucción Social— sino convertirla en un pacto. Y eso no es un conejo en la chistera de Iván Redondo. No cabe engañarse al solitario sosteniendo, como la portavoz, que “el pacto avanza, está cada vez más cerca” buscando el efecto bandwagon. El pacto está lejos, más allá del apoyo previsible de los socios de investidura, y ni siquiera. De los indepes no cabe esperar nada: JxCat se aferra al raca-raca de la autodeterminación, y ERC va tras ellos en un marcaje de precampaña. Pero el Gobierno, de hecho, debería mirarse al espejo con el enredo del ingreso mínimo vital: a ver de qué pactos serán capaces cuando les cuesta entenderse incluso entre los socios de coalición. Y los grandes pactos, tipo 1977, requieren liderazgo pero además sustancia. De momento no hay señales. No se trata de confiar en que el PP “se sume” —presión ad populum— sino ser capaces de sumarlos. La responsabilidad del éxito o el fracaso, aunque también interpele a la oposición, es de quien lidera. Y Sánchez tiene una trayectoria bajo sospecha. De hecho, va a completar otro año más con los presupuestos de Montoro, todo un símbolo de su capacidad para hacer mayorías. En el pasado no ha sabido tender la mano ni a los compañeros de partido con los que compitió en primarias. Será ahora o nunca.

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