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Opinión - 24.03.2019

El general silencioso

Benny Gantz es el factor imprevisible en las elecciones israelíes y la gran esperanza del centroizquierda para ganar al Likud

Falta menos de un mes para las elecciones generales en Israel, y por fin, después de semanas de tensa expectación, el hombre silencioso ha abierto la boca y ha hablado.

Al principio pareció una estupidez. ¿Cómo era posible que un hombre con aparente ambición de ser primer ministro se negara a hablar? Pero luego, a medida que pasaban los días y las semanas desde la convocatoria de elecciones, su silencio empezó a parecer sensato e incluso astuto.

Mientras todos los demás candidatos y partidos políticos hablaban hasta la extenuación, se peleaban, se escindían, se provocaban y todos los demás líos políticos habituales, el silencio de Benny Gantz resultaba reconfortante y su posición en las encuestas seguía mejorando. Las predicciones indicaban que su partido obtendría más de 30 escaños en el Parlamento, lo que lo convertiría en el primer partido del país, mientras que la confianza en sus “aptitudes para ser primer ministro” llegaba al 38%, muy cerca del 41% de Benjamín Netanyahu. Su silencio parecía transmitir la imagen de una persona limpia, responsable y afable. Un tipo que no se jactaba de nada. Un tipo que no era corrupto.

Pero Gantz tiene algo más, aparte de su aspecto (1,95 metros de alto, cabello rubio plateado, ojos azules) y de la novedad, que le convierte en la mayor esperanza del centroizquierda. Gantz es un general. Procede de las Fuerzas de Defensa Israelíes (FDI) y del escalón más alto, la jefatura de Estado Mayor. Los dos últimos líderes del Partido Laborista que derrotaron al Likud fueron dos antiguos jefes de Estado Mayor, Ehud Barak e Isaac Rabin (en 1999 y 1992). Otro exgeneral, Ariel Sharon, abandonó el Likud para formar un partido de centro, Kadima, y fue el último en vencer a Netanyahu, también de forma convincente, en las elecciones de 2003. Gantz el silencioso fue jefe de Estado Mayor entre 2011 y 2015, y ha concluido sus cuatro años obligatorios de “enfriamiento” antes de estar autorizado a entrar en política.

La popularidad de Gantz en los sondeos confirma que los israelíes siguen sintiendo fascinación por los generales y que nuestra sociedad sigue estando muy militarizada. Muchos de nosotros adoramos a nuestras fuerzas de seguridad, pensamos que vivimos en un sitio en conflicto permanente y creemos que los líderes con el arma en la mano son nuestros salvadores, los que, cuando suene el teléfono rojo a las tres de la mañana, sabrán cómo reaccionar. Entre los israelíes es habitual decir que “esto no es Escandinavia” y “nuestros vecinos no son Noruega”, y, aunque esto es no solo materialmente, sino también metafóricamente correcto —estamos rodeados por varios vecinos hostiles y zonas de conflicto inestables—, me resulta deprimente que ni siquiera intentemos parecernos nosotros un poquito a Noruega. Para empezar, por ejemplo, escogiendo a un dirigente que no haya pasado toda su vida adulta vestido con uniforme del Ejército. También me resulta deprimente que, por lo visto, ni siquiera la izquierda progresista pueda librarse del mito del “hombre fuerte” capaz de proporcionarle los votos, como Rabin y Barak.

Después de meses de silencio, Benny Gantz empezó a comunicarse. Al principio solo con vídeos, que dejaron insatisfechos a ambos lados del espectro político: de los cuatro conocidos, tres mostraban cómo, cuando era jefe de Estado Mayor de las FDI, supervisó la muerte de miles de terroristas y redujo Gaza a escombros. En el cuarto vídeo hablaba sin demasiada convicción de dar esperanza a los jóvenes e incluso mencionaba la palabra “paz”. Para la izquierda progresista, los vídeos fueron una enorme decepción, al mostrar a su gran esperanza como un activista orgulloso de ser un asesino. Para la derecha, la imagen fue la de un falso partidario de la línea dura que estaba intentando ocultar su verdadero rostro izquierdista y pacifista.

Y entonces hizo su primer discurso a la nación, en televisión, en directo y en horario de máxima audiencia. ¿El veredicto? Sorprendentemente bueno. Se mostró carismático, seguro de sí mismo, con un discurso que abordó todas las cuestiones candentes, y sin reparos en criticar con elegancia a Netanyahu por sus “maneras propias de la familia real francesa”. Al terminar la velada, su éxito era evidente, a juzgar por la cantidad de ataques dirigidos contra él por el Likud y los elogios procedentes de la otra parte.

Tantos meses han sido mucho tiempo en una campaña electoral, pero existe la sensación de que va a haber una verdadera contienda. Y de que, aunque los dos bandos no proponen estrategias que sean realmente distintas en el principal problema, la ocupación y el conflicto con los palestinos, hay un personaje nuevo que, por lo menos, parece un tipo decente. Como tuiteó alguien: “No me importa si es de izquierdas, de derechas o un gremlin. Parece un ser humano. Y eso es mucho más de lo que tenemos ahora. Aporta algo nuevo, agradable y relajado. A estas alturas, me basta con eso”.

Assaf Gavron es un escritor israelí

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.

 

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