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Opinión - 22.01.2019

El enigma militar en Venezuela

La penetración uniformada en la gestión del Estado es tan profunda que en 2017, casi la mitad de los ministros, 14 de 33, pertenecía a las Fuerzas Armadas

Los padecimientos sociales son tan mayúsculos y los palos de ciego del Gobierno tan consecutivos que no sorprende la cotización al alza de la solución militar en el cruce de apuestas sobre cuál pueda ser el desenlace de Venezuela, que este año registrará una inflación del 10.000.000% y un derrumbe económico de 18 puntos, según el informe de perspectivas del Fondo Monetario Internacional. Las únicas certezas políticas del país petrolero son el atrincheramiento de Nicolás Maduro y el atasco opositor.

El fatalismo parece haber llegado a la conclusión de que como no hay diálogo entre las partes, y la sublevación popular es improbable a corto plazo al haber sido sustituida por un éxodo masivo, solo quedarían la muerte por inanición, la intervención militar norteamericana o un cuartelazo nacional previa fractura del enigmático vértice castrense, liderado por el general Vladimir Padrino.

Pero los promotores de la solución bélica no lo tienen fácil sin la participación de la Cuarta Flota. Obsequiado con privilegios, presupuesto y economatos para la tropa, el generalato venezolano no se manifiesta insurrecto, ni hay espacio en los cuartos de banderas para conjuras antigubernamentales. No lo hay porque después del fallido golpe del 11 de abril de 2002 contra Hugo Chávez el Ejército fue purgado hasta el tuétano. Los jefes, oficiales y suboficiales bajo sospecha fueron sustituidos o pasados a retiro, mientras miles de afectos ascendían en el escalafón. Siempre en prevención, asesorado por Cuba, el chavismo somete a las principales guarniciones a estrecha vigilancia y a una ideologización que trufa socialismo, marxismo leninismo, nacionalismo y antimperialismo. La depuración y arrestos por supuestas conspiraciones fueron frecuentes con Chávez y lo son con Maduro. Ayer se anunció la detención de un grupo de guardias nacionales, y ese permanente ojo avizor complica la organización de alzamientos clandestinos, como lo fue el Movimiento Revolucionario 200, ideado por Hugo Chávez para fundamentar la asonada de 1992.

La penetración uniformada en la gestión del Estado es tan profunda que en 2017 casi la mitad de los ministros, 14 de 33, pertenecía a las Fuerzas Armadas. Además de las operaciones de intermediación financiera, el Banco de la Fuerza Armada Bolivariana completa la sinecura de las tres armas.

Grosso modo, esas son las características del búnker castrense que el pragmatismo opositor quiere expugnar prometiendo a sus ocupantes la preservación de beneficios y exclusividades a cambio de complicidad. Difícilmente lo conseguirá porque los centinelas del régimen no creen en la democracia de partidos. “Yo no creo ni siquiera en el mío. Creo en los militares”, confesó Chávez, hace dos decenios, a Luis Ugalde, rector entonces de la Universidad Católica Andrés Bello. Puede ocurrir que cuando los militares sospechen que el desmoronamiento de Venezuela puede sepultarles, impongan un armisticio a punta de bayoneta, bien para instalar a un general gorila o para convocar elecciones susceptibles de validación por Estados Unidos y la comunidad internacional.

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