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Opinión - 23.02.2020

El efecto de la rana hervida y la tetera silbante

La hegemonía de los partidos centristas en Alemania se ha terminado y la cuestión no es cómo se ha llegado a este punto sino qué va a suponer esto tanto para ese país como para el resto de Europa

Cuando, en Fiesta, de Ernest Hemingway, preguntan a Mike Campbell cómo entra una persona en bancarrota, él da una respuesta muy clara: “De dos formas. Gradualmente y, luego, de repente”. No es muy distinto lo que pasa en política.

La semana pasada, cuando, tras la indignación provocada por el hecho de que no hubiera sabido impedir el coqueteo descarado de su partido con los ultraderechistas de Alternativa por Alemania (AfD), Annegret Kramp-Karrenbauer (también conocida como AKK), la sucesora designada por Angela Merkel para dirigir la CDU, anunció que dimitía de la dirección del partido y que no sería candidata a canciller, quedó en evidencia que la crisis del sistema político alemán había dejado de ser “gradual” para volverse “repentina”. La dimisión de AKK representó un momento lleno de similitudes con la trayectoria del sucesor —y más tarde predecesor— de Vladímir Putin, Dmitri Medvédev, que nunca llegó a ser líder porque nunca se lo permitieron.

La crisis actual de la CDU (el partido de Adenauer y Helmut Köhl) constituye el fin del modelo político alemán desde la II Guerra Mundial. En la Alemania posterior a la guerra, los dos grandes partidos de centro —la Unión Demócrata Cristiana (CDU), de centroderecha, y el Partido Socialdemócrata (SPD), de centroizquierda— tenían una hegemonía total y, aunque discrepaban en ciertas cuestiones sociales y económicas, Alemania era el símbolo del centrismo y el consenso. Cooperar con la extrema derecha y la extrema izquierda era tabú, y las élites políticas nunca perdían la oportunidad de hablar de su catastrófica experiencia histórica de la primera mitad del siglo XX para explicar por qué no estaban dispuestas a tolerar ningún coqueteo con los extremos. La democracia alemana era una democracia liberal modélica, pero también muy rígida.

Sin embargo, ahora que el modelo de centrismo de consenso se ha derrumbado, es importante comprender por qué lo ha hecho y qué significa ese derrumbe para Alemania y para Europa.

Existen dos explicaciones opuestas de por qué el modelo político de Alemania ha entrado en crisis, cuando su economía sigue marchando bien y los alemanes, en su mayoría, viven mejor que nunca.

Si bien todos los observadores están de acuerdo en que lo que sucede en Alemania es reflejo de la crisis actual del liberalismo y la democracia en Europa y en el mundo, algunos creen que Alemania ha sido víctima del efecto de la rana hervida, y otros, del síndrome de la tetera silbante.

Es bien sabido que, si se introduce una rana en agua hirviendo de forma repentina, la rana salta, pero, si se introduce en agua fría y luego se va calentando poco a poco hasta hervir, no se da cuenta del peligro y hierve hasta morir. Eso es, según muchos, lo que ha ocurrido en Alemania. La disposición alemana a tolerar el ascenso del autoritarismo en la UE y sus concesiones a dirigentes políticos como Viktor Orbán son lo que ha hecho que no haya podido defenderse y que los socialdemócratas y los democristianos hayan acabado hirviendo en el centro político.

Los defensores de la idea de la tetera silbante tienen una explicación distinta. Al filósofo liberal británico Isaiah Berlin le gustaba contar la historia de un hombre al que habían visto golpeando con ferocidad una tetera silbante. “¿Qué haces?”, le preguntaron. “No puedo soportar las locomotoras de vapor”, respondió. “Pero esto es una tetera, no una locomotora”. “Sí, ya lo sé, pero hay que matarlas cuando todavía son jóvenes”. Según esta teoría, los cristianodemócratas alemanes no han sido víctimas de una falta de reacción, sino de una reacción excesiva.

La cuestión de si la crisis de la democracia alemana es consecuencia de que “no se llamó araña a la araña” o de que los partidos tradicionales se precipitaron al calificar de extrema cualquier cosa que se aparta mínimamente de su rígida visión de una posición política responsable está en el aire, pero lo que resulta evidente es que el sistema no va a volver a ser lo que era y que la hegemonía de los partidos centristas se ha terminado.

¿Qué va a suponer esto para Alemania y Europa?

Supondrá una incertidumbre paralizadora. Después de las elecciones europeas del año pasado, casi todos los comentaristas, dentro y fuera de Alemania, tienen la sensación de que saben cómo será el futuro y que, con las próximas elecciones legislativas, gobernará el país una coalición de conservadores y Verdes. Existe el riesgo de que, si la CDU no gestiona su crisis con decisión, los Verdes acaben siendo el mayor partido político de Alemania (lo cual no tiene nada de malo) y que, por consiguiente, la CDU no quiera entrar en coalición con ellos porque para los democristianos equivaldría al suicidio político, similar al que cometieron los socialdemócratas hace tres años cuando se coaligaron con Merkel.

La esperanza de que el giro de la CDU hacia la derecha pueda invertir el declive electoral del partido (como hizo Sebastian Kurz en Austria) también es arriesgada, y no solo por la imagen que ofrezca a otros países la apertura de Alemania a la extrema derecha, sino también porque —a diferencia de Austria— AfD es, más que el partido de la derecha, el partido del Este, de forma que a la CDU le será difícil arrancarle votos allí por más que endurezcan su retórica sobre cuestiones como la inmigración. La crisis entre el este y el oeste del país influirá en la postura de Alemania sobre la crisis entre el este y el oeste de la UE, lo que, en la práctica, significa que Alemania puede perder su posición central entre las dos partes del continente.

Aunque parezca extraño, la crisis de la democracia liberal alemana en 2019-2020 se parece a la crisis de la economía neoliberal estadounidense en 2008-2010. Ahora bien, si la economía estadounidense fue víctima de la desregulación, la democracia alemana está siendo víctima de un exceso de regulación. Igual que los economistas norteamericanos, en las décadas previas a la crisis, se habían convencido de que el capitalismo estaba por encima de los ciclos de auge y caída, los politólogos alemanes se han convencido de que el centrismo consensuado es la mejor forma de defender la democracia. Pero la democracia nunca ha sido sinónimo de pedagogía.

En la política democrática, la gente toma decisiones erróneas (a veces, incluso trágicas), y solo al corregir esos errores aprende a valorar la democracia. Como ha dicho recientemente la historiadora estadounidense Jill Lepore, “la paradoja de la democracia es que la mejor forma de defenderla es discutir sobre ella”.

Ivan Krastev es columnista de opinión, presidente del Center for Liberal Strategies, investigador permanente en el Instituto de Ciencias Humanas Sciences de Viena y autor, entre otros libros, de After Europe.

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia

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