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Opinión - 14.01.2020

Dios salve a Instagram

Para Isabel II la familia es importante, pero la Corona lo es más

El uso de las redes sociales hace tiempo que se fue de las manos. Las decisiones políticas comunicadas a través de Twitter antes que a los propios interesados —Donald Trump es, hasta el momento, el máximo exponente— parecía un listón difícil de superar. Pero el príncipe Enrique lo ha subido todavía más al anunciar por Instagram que decide apartarse de sus deberes reales. Y ha utilizado este medio para decírselo a todo el mundo, incluida su abuela, la reina Isabel II.

Otro asunto que hace tiempo se fue de las manos es el de la información sobre la realeza. Es cierto que se trata de una mezcla complicada donde se enmadejan los asuntos de Estado, los del corazón y, por ejemplo, los de la moda, entre otros. Y no es menos verdad que la propia Casa Real británica se ha valido de esta característica multifacética para, a menudo, fomentar a los segundos —a veces con notables dosis de jabón— para evitar que se hable de los primeros. En ocasiones se les ha ido un poco el tiro. Como cuando en 1969 se grabó un documental donde aparecían los royals haciendo vida de familia en el salón de casa. Casi casi similar a cualquier familia. La versión británica de la coletilla “como cualquier joven de su edad” que se escuchó durante bastante tiempo a este lado de los Pirineos algunos años después.

Y si los vaivenes en la Casa Real británica de Enrique y su esposa, Meghan Markle, nutrían páginas y minutos de información amable —que si se lleva mal con Catalina que si a la reina le cae muy bien, que si los hermanos se distancian— hay una atenta lectora —y tal vez follower en Instagram— que ha captado desde el primer momento que el movimiento de Enrique podría saltar del rosa corazón al negro del asunto de Estado. Y antes de que otros lo hicieran ella ha decidido dar el primer paso.

Porque si hay algo de lo que Isabel II es conocedora es del papel de la monarquía en el Reino Unido, una institución que, salvo una sangrienta interrupción, lleva representando al país desde la conquista normanda y que en su forma de monarquía parlamentaria, de decir, en democracia, protagonizó el periodo de mayor esplendor en la historia del país.

Enrique tal vez no será rey. Pero es que el padre de Isabel II tampoco lo iba a ser. El asunto de la sucesión no es menor. Bromas aparte sobre su posible inmortalidad, Isabel II tiene 93 años y durante décadas ha visto cómo su heredero, el príncipe Carlos —de 71— no genera precisamente la simpatía de los británicos. En una encuesta de septiembre Carlos ocupaba el séptimo lugar entre las preferencias de sus compatriotas, superado por sus padres, sus hijos y sus nueras. A la cabeza, claro, la reina, con el 72% de aprobación. Aseguran que está bajando el ritmo, pero lo cierto es que durante el año pasado tuvo 295 actos oficiales —más que en 2018, donde apenas asistió a 283— y en Navidad filtró que no hay planes ni de traspaso de poderes ni de regencia a la vista. Pero eso, es un suponer, más pronto que tarde cambiará.

Isabel II no quiere líos ni en su familia ni, sobre todo, en la Corona, jefatura del Estado en un país donde está hecho un lío casi todo lo demás. Ayer impuso la paz institucional y la tregua familiar al decir que apoya a su nieto. Y no hay que descartar que haya pedido a todos que, por si acaso, vigilen lo que hacen los bisnietos con el TikTok.

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