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Opinión - 13.01.2020

Desdramatizar

El humor es el mejor disolvente de la intolerancia y el tribalismo que se generalizan en las redes sociales

El programa que emitió Televisión Española en Nochevieja, conducido por José Mota, mostró lo saludable que resulta tomar distancias gracias al humor incluso en temas tan delicados como el golpe de Estado. La vida pública se ha ido deteriorando en España. La polarización favorece la descalificación del adversario, los insultos son cada vez más frecuentes, el estilo bronco ha tomado de nuevo las instituciones. Las sesiones recientes en el Parlamento han dado la medida de ese tono agrio que puede marcar la política durante los próximos meses. La extraña paradoja es que unas maneras más propias de una banda de maleantes que de los llamados a discutir las leyes convive con una actitud de una parte de la sociedad extremadamente sensible ante la menor alusión a asuntos que tienen por intocables. Sentirse ofendido es una actitud que se está imponiendo, y crece el número de aspectos que no pueden ser sometidos a la menor crítica. Así, el estilo patibulario de algunos políticos coexiste con la piel fina de esos sectores que no toleran el menor cuestionamiento de sus principios, sus rasgos identitarios, sus cuestiones de fe. La vida pública se parece entonces a un patio de parvulario, donde junto al grupito de los matones hay un coro cada vez más amplio que musita quejas y se desgarra las vestiduras. Ambos extremos se alimentan mutuamente en una espiral creciente que amenaza con dejar fuera de juego actitudes menos exacerbadas.

La corrección política llegó como una respuesta necesaria a las maneras de cuantos en el poder desprecian, humillan o señalan a las minorías y a los sectores postergados: por su género, el color de su piel, su lugar de origen, su condición sexual. Su beligerancia sirvió para desenmascarar las maniobras de dominio. Con el tiempo, sin embargo, la corrección política ha ido también radicalizándose hasta el punto de adquirir la consistencia de un fundamentalismo laico, que se acerca a posiciones de carácter religioso que no aceptan el menor desliz respecto de sus discursos monolíticos, y donde procuran encontrar también sitio los que se proclaman guardianes de la Constitución. La victimización se eleva ahí a categoría, y se reducen esas zonas porosas donde hay margen para el entendimiento, espacio para el diálogo y el debate con el otro, y que propician la ironía y la autocrítica.

El humor es el mejor disolvente de la intolerancia y el tribalismo que se generalizan en las redes sociales, y supone también la herramienta más eficaz para poner en cuestión los propios prejuicios. La heterodoxia y la provocación son sus armas y fortalece a cualquier sociedad que se quiera abierta y tolerante. Sana, en definitiva.

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