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Opinión - 18.06.2019

Del bipartidismo a la política de bloques

La nueva política, que en su día representaron Ciudadanos y Podemos, se ha ido progresivamente alineando en el clásico esquema izquierda-derecha. Son dos orillas ideológicas incomunicadas

El pasado sábado culminó un proceso de polarización que se ha ido gestando en la política española durante los últimos años. La constitución de los Ayuntamientos nos ha dejado la imagen de una política de bloques, de dos orillas ideológicas incomunicadas, sin puentes que unan la ribera derecha con la izquierda. Con el veto de Ciudadanos impuesto a Pedro Sánchez y el pacto global PP-Ciudadanos-Vox rubricado el pasado sábado se entierra definitivamente cualquier proyecto de transversalidad ideológica.

Inicialmente, tanto Podemos como Ciudadanos llegaron a la política española con una vocación de romper con las lógicas clásicas de izquierda-derecha que caracterizaban el viejo bipartidismo. La nueva política intentó en un primer momento eclipsar la batalla ideológica con nuevos ejes de competición, bien fuera la dicotomía populista pueblo versus casta, en el caso de Podemos, o bien la regeneración democrática con tintes tecnocráticos, en el caso de Ciudadanos. Durante ese período, no era posible entender la política española usando solo las etiquetas izquierda-derecha.

Sin embargo, esa etapa duró poco. El primero en desmarcarse fue Podemos. En enero de 2016, el partido se desvinculó de su estrategia inicial de corte populista y decidió instalarse en la orilla izquierda. Desde entonces, Podemos ha jugado a la política de bloques estancos, rechazando cualquier acuerdo con formaciones consideradas de derechas. A partir de ese momento, los pactos o coaliciones “del cambio” o “de mestizaje ideológico” en los que podían convivir Podemos y Ciudadanos quedaron definitivamente desterrados de la política española.

Por su parte, Ciudadanos decidió sumarse de forma inequívoca a la política de bloques a partir de inicios de 2018. Tras el desenlace del proceso soberanista en otoño-invierno de 2017, el votante conservador español amenazó con abandonar por primera vez su tradicional lealtad al PP. Ciudadanos entendió que se abría una ventana de oportunidad en el espacio de la derecha que debía aprovechar. El objetivo era ambicioso: dejar de ser un partido bisagra que decidía en cada momento si gobernaba el PP o el PSOE, para convertirse en el primer partido de la derecha capaz de liderar Gobiernos.

En definitiva, la nueva política se ha ido progresivamente alineando al clásico esquema izquierda-derecha. El bipartidismo quedó atrás, pero ha sobrevivido la competición basada en dos orillas ideológicas. Aun con ello, esta política de bloques no se ha trasladado de forma tan evidente entre la opinión pública. Los votantes de Ciudadanos no parecen sentirse completamente atraídos por la estrategia de su partido de jugar solo en el campo derecho. De hecho, según las encuestas, siguen considerando al PSOE de Pedro Sánchez como socio preferente.

Esta inconsistencia es particularmente llamativa si tenemos en cuenta que por lo general los votantes de Ciudadanos tienen una mayor sintonía con el PP. Si bien en 2016 consideraban que el Partido Socialista era ideológicamente más afín a Ciudadanos, en la actualidad ocurre lo contrario. Ahora el PSOE es percibido como un partido marcadamente de izquierdas, más alejado de sus posiciones que las del PP.

Así pues, los votantes de Ciudadanos mantienen actitudes que colisionan con la actual política de bloques: aun teniendo más simpatía por el PP, siguen viendo al PSOE como socio de Gobierno. ¿A qué se debe esta inconsistencia? La respuesta es Vox. Y es que la gran sintonía que sienten hoy los votantes de Ciudadanos con el PP se diluye cuando Vox aparece en escena. La presencia de un partido percibido como de extrema derecha provoca que la política de bloques sea menos atractiva. Si al deseado pacto con el PP se le suma Vox, entonces los socialistas pasan a ser más atractivos a ojos de muchos votantes moderados de Ciudadanos.

Es por este motivo que la obsesión de Ciudadanos durante estas semanas ha sido la de invisibilizar a Vox en los acuerdos con el PP. Rivera ha evitado fotos conjuntas en mesas negociadoras y ha intentado bloquear la entrada de Vox en los Gobiernos municipales y autónomos. Esta estrategia de pacto ma non troppo que buscaba Ciudadanos con Vox no era sencillo de realizar. Vox tenía, a priori, un poder negociador relevante, pues era una pieza imprescindible para conformar mayorías en muchos municipios.

De hecho, es habitual que los partidos cuando cierran un acuerdo coalición consigan una porción del Ejecutivo proporcional a la fuerza que aportan. Si esta regla de la proporcionalidad se aplicara, por ejemplo, en el Ayuntamiento de Madrid, debería esperarse que Vox le tocara entre una y dos sillas de la Junta de Gobierno. Sin embargo, esta formación podría quedar excluida de primera línea de los Gobiernos municipales y autónomos. De ser así, Vox cosecharía un sonado fracaso al haber desaprovechado su papel de pieza imprescindible en la conformación de mayorías en el bloque de la derecha.

Estas elecciones locales y autonómicas se presentaban como una segunda vuelta para el espacio de la derecha. Antes de proclamar ganadores y perdedores es prudente esperar a la constitución de las Juntas de Gobierno municipales y los Gobiernos autónomos durante las próximas semanas. Pero, a la espera de la foto finish, el pódium provisional de esta segunda vuelta es, a mi entender, el siguiente.

En primera posición se erige el PP. Al ser una organización con más arraigo territorial, ha logrado liderar los pactos de la derecha en la gran mayoría de Consistorios. Este partido ha perdido la hegemonía en el espacio de la derecha, pero sigue manteniendo el liderazgo de forma incontestable, tanto en número de votos, ediles y alcaldías.

Ciudadanos pasa de un meritorio empate técnico en las elecciones generales de abril a quedar relegado a una poco reconfortante segunda posición. Es cierto que gana poder territorial, algo sin duda muy meritorio pues hasta ahora no controlaba ninguna capital de provincia ni ningún municipio mayor de 100.000 habitantes. Pero, aun con ello, fracasa en su objetivo principal. Ciudadanos no decidió renunciar a su rol de partido bisagra para acabar siendo un socio minoritario del PP que no goza ni tan solo de exclusividad, pues en la mayoría de escenarios debe contar con el beneplácito del incómodo Vox.

Pero el gran derrotado de esta segunda vuelta podría ser Vox si finalmente queda excluido de los Ejecutivos locales y autónomos. De ser así, este partido volvería a transmitir una imagen de partido pagafantas del bloque de la derecha. Una formación propensa a los aspavientos en la calle, pero sorprendentemente dócil en las instituciones.

Lluís Orriols es profesor de Ciencia Política de la Universidad Carlos III de Madrid.

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