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Opinión - 18.01.2019

De qué hablamos cuando hablamos de Podemos

Jugar con la ilusión de la gente tiene un gran rédito político, pero la desilusión es igual de expresiva en las urnas

Podemos no es más que la conjugación de la primera persona del plural del verbo Poder. Sin embargo, no hace mucho, hablar de Podemos tenía además un significado político, compartido por simpatizantes y detractores. Fue cuando Podemos llegó a significar la crítica del orden establecido. O la exigencia de otra forma de hacer las cosas, incluso la promesa de otra forma de hacer política. Han pasado sólo cinco años desde la aparición de aquel partido, pero parecen décadas.

Hubo un tiempo en que todos gritamos, aquí o allá, «Sí se puede». Entonces todo el país parecía estar de acuerdo en la necesidad de un cambio o, como mínimo, de un recambio. Pero muy pronto, los mismos que nos metieron en canción, empezaron a pelearse entre ellos, a arrojarse siglas a la cabeza, a tomar decisiones muy por debajo de sus discursos, a manosear hasta la suciedad la política. Ese día la ilusión generada empezó a mutar en otro sentimiento: el de vergüenza. En mi caso, una vergüenza íntima, como si alguien de mi familia hiciera muchísimo el ridículo. Vergüenza personal incluso por haber creído que algún cambio era posible. En este sentido, la carta de Pablo Iglesias a Íñigo Errejón ha sido la guinda del pastel, guinda tan roja como una cara pudorosa.

Es fácil entender que la jugada de Íñigo Errejón no haya gustado a Pablo Iglesias, pero de ahí al disparate epistolar hay un trecho. Errejón quería liderar una lista en la Comunidad de Madrid con pocas intromisiones del aparato de su partido. Y como su partido vive obsesionado por el control, el chaval ha visto en su alianza con Carmena, no solo una buena forma de liderar una propuesta para la Comunidad de Madrid sino quizás la única posible de liderar alguna cosa. Por lo demás, poner de acuerdo a la Comunidad y al Ayuntamiento de Madrid parece una buena idea en sí misma. Y la idea de Carmenizar la Comunidad de Madrid debería ser incluso ilusionante para cualquier votante de Podemos.

Así que la pregunta no es por qué Íñigo se ha unido a Carmena sino por qué Podemos saca constantemente a la plaza pública todas sus riñas internas y trapos sucios. Es una exposición que resulta agotadora para todos los ciudadanos que en algún momento confiaron en el cambio (o en el recambio) y es especialmente triste para sus votantes (los que aún quedan), porque dicha escenificación supone el fin de su proyecto político. Jugar con la ilusión de la gente tiene un gran rédito político, pero la desilusión es igual de expresiva en las urnas.

Muchos de los ciudadanos a los que Podemos ilusionó en su día tuvieron que defender al nuevo (y para muchos dudoso) partido ante sus padres, ante sus compañeros de trabajo, ante sus parejas. La exigencia del partido fue máxima con sus bases. Y exprimió a todos y cada uno de los chavales (Íñigo y Pablo incluidos) que hicieron posible el nacimiento del partido. Por todo eso, además de vergüenza da mucha pena ver cómo las ideas han quedado en un baile de siglas, nombres, primarias y mentiras.

Está claro para lo que sirve el pacto de Íñigo y Carmena. Y está clara su única pega: el aparato de Podemos pierde fuerza en Madrid, a cambio de que sus ideas recuperen vigor. La jugada es buena, la marca Carmena vende y, con Íñigo al lado la esencia de Podemos debería estar garantizada. ¿Hay alguien más de Podemos que Íñigo Errejón? ¿Cuál es entonces el problema de que Carmena y Errejón extiendan Mas Madrid al ámbito de la Comunidad? ¿No eran las ideas lo más importante? ¿No éramos los ciudadanos lo importante? ¿No éramos los madrileños lo más importante? ¿Por qué todas las informaciones hablan de Pablo, de Íñigo, de Rita, de Ramón, de Irene y ya nadie habla de Madrid y de los madrileños? ¿De verdad tenemos que leer una carta de Pablo Iglesias donde nos explica a todos que “con todo el respeto, Íñigo no es Carmena”? ¿De verdad a Iglesias le ha sorprendido que Íñigo, su compañero y su amigo, quiera liderar la lista de Madrid? ¿Es que acaso no lo sabía? Yo no soy analista política, pero lo de Vistalegre de hace dos años me parece de primero de Podemos: España pa mí, Madrid pa ti. ¿En serio pesa tanto el aparato como para que sea imposible cumplir con la palabra dada?

Va siendo hora de inaugurar una etapa en la que hablemos más de las escuelas infantiles que de las malditas primarias. Más de política y menos de políticos, más de hacer y menos de Poder. El verbo es el mismo, pero por alguna razón Podemos siempre lo conjugó con mayúscula. Y desde ahora, en primera persona del singular.

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