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Opinión - 22.06.2019

Cuando la defensa es Manada

El abogado de La Manada no asume que las relaciones sexuales entre hombres y mujeres requieren consentimiento por ambas partes

La defensa de La Manada, encabezada por Agustín Martínez, ha hecho el alegato definitivo: «Ella sí quería hacerlo». ¿Y cómo ha llegado a esta conclusión? Porque no le hicieron el daño suficiente. «No hay dolor a pesar de que mantuvo relaciones sexuales anales”, ha asegurado la defensa. Porque: “Para que sea no, hay que decir no».

Por suerte, el Tribunal Supremo también ha hablado: no fue abuso sexual sino una violación en grupo. Sin embargo, las palabras de la defensa aún coinciden con el pensamiento de una buena parte de la población y conecta con una idea extendida de lo que significa la palabra violación y lo que es peor y más grave, con la idea que tenemos de lo que es una relación sexual entre un hombre y una mujer.

La defensa imagina al hombre como un auténtico depredador sexual, con propensión natural a la expansión seminal e incluso, ¿por qué no? a la violación. La defensa imagina a una mujer débil y pasiva en el sexo responsable de frenar los deseos irrefrenables de los hombres. Las palabras de la defensa van a ser criticadas por muchas mujeres, pero son también un escupitajo en la cara de todos los hombres que debieran darse también (y de una vez) por aludidos. La defensa cree que los hombres necesitan ayuda para controlar sus acciones sexuales, puesto que su deseo es incontrolable. La defensa cree que los tíos son como animales.

La defensa cree que habla desde la verdad, como solo lo hacen quienes basan sus ideas en creencias, cuyo poder retórico puede llegar a superar el de la verdad. Pero además, la defensa es culta y preparada. La defensa ha leído. Tiene toda la historia de la cultura patriarcal para documentarse y asentar sus creencias. Seguro que conoce bien el Ars Amatoria de Ovidio, por ejemplo: “Aunque diga que la has poseído con violencia, no te importe; esa violencia gusta a las mujeres”. O alguna de las perlas de Lord Byron: “Aunque lloró su imprudencia e intentó resistir diciendo en voz baja que no consentiría jamás… ¡así fue como ella consintió”.

Pero no solo es culta y segura de sí misma. La defensa es también empática y ha desarrollado con el tiempo grandes habilidades psicológicas a la hora de entender a las mujeres. La defensa habrá estudiado, seguro, a Freud cuando explicaba eso de que bajo el recatado comportamiento de una mujer se esconde a menudo “una hiperactiva imaginación sexual que a veces origina falsas acusaciones de violación”.

A quien la defensa no ha leído es a Virgine Despentes en su teoría King Kong, donde confiesa por qué no denunció su propia violación: “Mi defensa es una prueba que habla contra mí”, explica la escritora. Y tiene razón. Porque muchas defensas en todo el mundo piensan como la defensa. Por eso creen que es importante que nos hagan daño, que sangremos, que nos duela, que nos resistamos hasta la muerte si es preciso. De lo contrario es que nos gusta, porque hemos venido a este mundo a dejarnos hacer, a follar como perras. Después de todo, nuestros compañeros sexuales son unos auténticos animales. Y hacemos buena pareja.

A quien tampoco conocerá la defensa es a Mithu M. Sanyal, que analiza en su magnífico ensayo, Violación, las consecuencias jurídicas de la forma en que imaginamos la agresión sexual. Si hubiera estudiado más allá de la creencia y el prejuicio, entonces la defensa sabría que por mentalidades como la suya, la legislación alemana no reconoció la violación dentro del matrimonio hasta 1997. Sabría también, siguiendo a M. Sanyal, que en Estados Unidos hacía falta un pene para violar hasta 2012, porque las mujeres se entendían como sujetos violables y los hombres como potenciales violadores. La defensa, por supuesto, no tiene ni idea de que un hombre también tiene derecho a decir no. La defensa no sabe que hay libros que se titulan La palabra más sexy es sí, como el de Shaine Joy Machlus. La defensa no asume que las relaciones sexuales entre hombres y mujeres requieren consentimiento por ambas partes.

La defensa no sabe que el camino hacia la igualdad debemos construirlo imaginando el sexo de otra manera. La defensa no sabe que la sexualidad es peor para todos si consiste en hacer inferiores a las mujeres. La defensa cree que hombres y mujeres somos antagónicos y complementarios, igual que (imagina) nuestros genitales. La defensa no sabe que existe el glande del clítoris, que también crece cuando una mujer se excita y se pone duro. La defensa no está dispuesta a aceptar el sexo entre semejantes, la defensa no está dispuesta a aceptar que somos iguales. Y así lo expresa. Por eso, la defensa es también Manada. Menos mal que la defensa no puede parar lo que ya ha sucedido: millones de mujeres y hombres hemos imaginado la igualdad. También la igualdad sexual. Y nuestra imaginación cambia el mundo. Por eso la defensa no solo ha perdido, la defensa está perdida.

Nuria Labari es escritora y periodista, autora de La mejor madre del mundo (Literatura Random House).

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