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Opinión - 25.01.2020

Crímenes

Apuntarse al “españolismo” era una provocación tan reaccionaria como peligrosa. Ahora es visto como un radicalismo

En junio de 1994 los tres políticos con más futuro de Euskadi (Fernando Buesa del PSE, Joseba Egibar del PNV y Gregorio Ordóñez del PP) mantuvieron un debate en ETB. Menos de seis años después, solo quedaba uno vivo: Joseba Egibar, que hoy sigue en la brecha, le deseo mucha salud. Los otros dos fueron liquidados por ETA, como parte de una limpieza étnica sistemática destinada a aterrorizar pero sobre todo a eliminar adversarios políticos del separatismo. Gorka Angulo hizo un buen relato en La persecución de ETA a la derecha vasca (editorial Almuzara), que también incluye los atentados contra socialistas. Nada de violencia indiscriminada, nada de violencia inútil. El objetivo era convertir la opción por la España constitucional en otro extremismo más (de ahí ese mote infame de “españolistas” que aceptaron dócilmente incluso quienes lo padecían), creador de conflicto y que despertaba reacciones quizá indebidamente violentas pero comprensibles. Apuntarse voluntariamente o por descuido al “españolismo” era una provocación tan reaccionaria como peligrosa. Ahora es visto como un radicalismo que compromete innecesariamente la convivencia: ¡con lo fácil y jatorra que resulta dejarse mecer por la suave brisa nacionalista, ser muy “de aquí” y nada “de allí” (salvo lo que aconsejen los negocios) y compadecer a todos los que hayan sufrido, aunque sea de varices!

Hace ya 25 años que asesinaron a Gregorio Ordóñez, un teniente de alcalde “españolista” que si ETA no lo impide hubiera llegado probablemente a la alcaldía de San Sebastián. Algo triste y lamentable, naturalmente, todo el mundo lo siente mucho, pero que ha traído al menos un beneficio colateral: ya no es posible que el caso vuelva a darse. Mira qué bien. Como suele repetirse, las víctimas no pertenecen a ningún partido: pero está claro a cuál beneficia su inmolación.

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