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Opinión - 16.06.2019

Ciudades para el cambio

Las nuevas alcaldías, también aquellas que llegan a reemplazar a adversarios ideológicos, deberán ser cuidadosas a la hora de interpretar el mandato ciudadano

Cambio climático y desigualdades. Estos son los dos grandes retos de política pública que enfrentan las ciudades en todo el mundo. En ambos, los núcleos urbanos encierran tanto buena parte de las causas como las propias soluciones. La forma de organización política más antigua de las que sobreviven se erige también como la más moderna, también en España: si 2015 fue el año del cambio para el poder municipal, del momento en el que una nueva generación de líderes y votantes ponían estos retos a la cabeza de su lista de prioridades, 2019 ha consolidado a las ciudades como instrumentos para el cambio, más que por él.

Cuando echamos cuentas más allá de Madrid, resulta que de los ochenta núcleos principales (capitales de provincia y ciudades de mayor tamaño) dos tercios mantendrán un Gobierno con la misma orientación ideológica que antes. La mayoría (70%) de izquierda o mixtos. Son una minoría menor al 10% los que giran hacia la derecha. Prácticamente todos ellos lo hacen con la participación de Ciudadanos, que aspira a asegurar un conjunto de políticas que, sobre el papel, son lo suficientemente distintas a las de Vox como para que requieran acuerdos separados con el PP: así ha sucedido en Madrid. Es además en el nivel municipal donde el partido naranja ha cerrado los pactos ‘mestizos’ a los que se ha negado a nivel autonómico o estatal: las demandas del votante urbano, pero sobre todo el camino emprendido por las políticas en ciudades grandes y medianas, sobrepasa la dinámica de dos bloques ideológicos cerrados que se ha establecido en la política española.

No es novedad que las lógicas locales sean distintas a las nacionales. La idiosincrasia de cada lugar asegura el diferencial: parece normal que los problemas de Zaragoza, Valladolid o Telde sean lo suficientemente distintos como para garantizar variación en los acuerdos programáticos. Pero, al mismo tiempo, el carácter nítidamente urbano de los grandes retos asegura que el conjunto de la política en las ciudades sea distinto. Favoreciendo, quizás, un centro de gravedad que se parece más al que observamos en el (por ejemplo) transversal acuerdo barcelonés que a la polarización estatal.

Este centro de gravedad lleva, además, al menos cuatro años generando medidas de considerable impacto urbanístico. Las políticas en las ciudades tienen la particularidad de que producen efectos muy palpables, inmediatos para los ciudadanos que observan en vivo y en directo cómo cambia su entorno físico. Por ello, si están bien diseñadas, tienden a ganar apoyos de manera transversal. Lo inesquivable de las modificaciones en el tejido urbano asegura un poco menos de partidismo, y algo más de pragmatismo, en el voto. Así que las nuevas alcaldías, también aquellas que llegan a reemplazar a adversarios ideológicos de cualquier signo, deberán ser cuidadosas a la hora de interpretar el mandato ciudadano. Porque la demanda de cambio, en el contexto urbano actual, tiene menos que ver con los colores y los bloques, y más que ver con reorientar y recalibrar de manera precisa el instrumento más inmediato de que disponemos para enfrentar los retos que ya están sobre nosotros.

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