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Opinión - 15.05.2019

Carta a un amigo que me falta

Querido Alfredo: ahora que ya no podemos quedar en una terraza en Madrid, te escribo para contarte lo ocurrido en los últimos días, tal y como hemos hecho tantas veces

Querido Alfredo:

Ahora que ya no puedo llamarte para comentar la jugada (todavía no me he atrevido borrar tu número de mi móvil), ahora que ya no podemos quedar en una terraza en Madrid, te escribo para contarte lo ocurrido en los últimos días, tal y como hemos hecho tantas veces. Lo hago con pena y emoción, y con la devoción de quien tenía en ti a un gran amigo, un consejero y, como te he dicho muchas veces, un maestro.

Te fuiste rodeado de los tuyos, de tu familia, tus amigos y tus compañeros. Ahí estaban Jaime Lissavetzky, roto por el dolor, tus fieles Goyo, Rodolfo Irago, Manolo y Magdalena, ocupándose de todo y tu querida Pilar, con la entereza que siempre le ha caracterizado, demostrando una vez más su cariño y su entrega.

En los últimos días, las más altas instancias del Estado, los representantes de los partidos, empresarios, sindicatos y gentes de la cultura han hablado de ti como un ejemplo de responsabilidad y compromiso con el país y con la ciudadanía española.

Se te ha reconocido como un hombre de Estado, como un servidor público, que prestó un gran servicio a España y sus instituciones en momentos muy difíciles. Fuiste protagonista de los avances de este país en educación, ciencia, en la modernización de España. Fuiste protagonista del impulso de la España autonómica y de la defensa de su cohesión territorial y social. Pero por encima de todo se ha destacado que si hubo alguien que trabajó, arriesgó, sufrió y perdió muchas noches de sueño para combatir al terrorismo y acabar con ETA, y consolidar y afianzar la paz y la libertad, ese fuiste tú, Alfredo.

Por el Congreso de los Diputados pasaron a despedirte cuatro de los cinco últimos presidentes vivos de nuestra democracia, dos Reyes y dos Reinas (eméritos y actuales). También los máximos representantes del Poder Judicial, y, por supuesto, los más altos mandos y miembros de la Policía, Guardia Civil y Ejército, que con emoción rendían homenaje a quien fue uno de los mejores ministros y vicepresidente del Gobierno de España.

Allí, haciendo cola, estuvieron tus alumnos que reconocían al profesor brillante y cercano, a la persona que era capaz de proyectar con su ejemplo los mejores valores de coherencia, éticos y sociales. Cuando dejaste la primera línea de la política, en lugar de ocupar un puesto en el Consejo de Administración de una gran empresa, como me consta que te ofrecieron, decidiste sin ninguna duda volver a la Universidad.

Lo más emocionante fue ver cómo miles de ciudadanos anónimos de todas las edades, de toda condición e ideología, esperaron más de dos horas para darte su adiós en silencio, mostrarte su respeto, reconocimiento y cariño, y el dolor por tu muerte.

Allí estaban también, querido Alfredo, periodistas de todos los medios de comunicación, resaltando tu cercanía, tu disponibilidad permanente y esa innata capacidad tuya de comunicación, que te permitía sintetizar una idea compleja en un titular, un corte o una imagen.

Y por supuesto, todo el PSOE. Dirigentes y afiliados del partido que te recordaremos con orgullo como su secretario general, el que en los momentos más difíciles supo dar un paso al frente y liderar la organización con dignidad, responsabilidad y altura de miras.

Miles de personas aplaudieron cuando las máximas autoridades, acompañadas de tu familia y amigos, te dijimos adiós desde la escalinata de la puerta de los leones del Congreso, con un aplauso largo y emocionado que reconocía al político, pero estoy seguro de que, sobre todo, al hombre de bien que trabajó porque la sociedad española fuera más justa, tuviera más derechos y libertades y mejores condiciones de vida e igualdad de oportunidades para toda la ciudadanía.

En los últimos días me han llamado familiares de víctimas de ETA, que me recordaban tus atenciones para con ellos, tu empatía y ternura, y todo lo que hiciste para que las víctimas tuvieran memoria, dignidad y justicia. Creo que me perdonarás si desvelo hoy que todos los años, por Navidad, dedicabas unas cuantas horas para llamarles y mostrarles tu cercanía, cariño y respeto.

Cada vez que había un asesinado lo más duro y difícil siempre era consolar a los familiares. Pero allí estabas tú, dedicándoles el tiempo que fuera necesario. Recuerdo que visitando a los familiares de uno de los últimos asesinados por ETA, uno de ellos, en medio del dolor, empezó a hacerte reproches de todo tipo. En ese momento, la madre del asesinado le mandó callar y le dijo “a mi hijo me lo han asesinado por defender sus ideas socialistas. Estaba orgulloso de ti como ministro y de todo el trabajo que estabas haciendo para acabar con el terrorismo”.

Muchas veces has dicho que el mejor homenaje que les podíamos hacer a todos los asesinados, a todos los que sufrieron el terror de ETA, es haber derrotado a la banda y haber conquistado la paz y la libertad. Lo conseguimos y hoy todos reconocen que en buena parte fue gracias a ti.

Querido amigo, durante estos días todos, incluidos tus adversarios y críticos, han reconocido tu valía como gran hombre, político y estadista. Más vale tarde que nunca.

Dicen que uno no muere del todo, mientras haya seres queridos que le recuerden. Si eso es cierto, en esta España tuya, que ya te echa en falta, vas a seguir vivo por mucho tiempo.

Rodolfo Ares fue consejero vasco de Interior.

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