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Opinión - 15.12.2018

Brassens tiene la respuesta

La crisis eslovena empezó como un problema democrático, no nacionalista

El camino de Eslovenia hacia la independencia no empezó como un problema nacionalista, sino político. Tras la muerte de Tito, algunas repúblicas yugoslavas trataron de iniciar un viaje hacia la democracia y se encontraron con la resistencia brutal de los representantes serbios, acaudillados por Slobodan Milosevic. Este luciferino dirigente dio todas las patadas que pudo al avispero de Kosovo, una provincia serbia de mayoría albanesa, para así encontrar un pretexto para enviar sus tropas y mandar un mensaje claro a las repúblicas de lo que les podía ocurrir si trataban de rebelarse.

El documental de la BBC The Death of Yugoslavia, que puede verse íntegro en YouTube y merece mucho la pena, lo cuenta muy bien, porque además el relato se articula basándose en los propios testigos, entre ellos, Milosevic. Narra por ejemplo cómo el espionaje yugoslavo, controlado por Belgrado, detuvo a dos periodistas de una revista crítica eslovena y los amenazó con mandarlos al paredón, dejando muy claro que extravagancias como la libertad de expresión no iban a ser toleradas.

También se puede recurrir al archivo de este mismo diario y buscar los análisis del añorado Manuel Azcárate. Esto es lo que escribió en un artículo de marzo de 1989 titulado ‘Borrasca en Yugoslavia’: “El problema de la democratización de la vida política es asimismo decisivo. En Eslovenia se avanza hacia un pluralismo político, objetivo en el que coinciden amplios sectores”, escribió Azcárate, quien explicaba sobre el nacionalismo serbio: “Hay una vieja receta populista que consiste en exaltar el nacionalismo para encubrir otros problemas”.

Se trata de una frase que tiene una aplicación muy clara en la actualidad, como también la idea de que solo se puede combatir un desafío contra la democracia con más democracia, porque en caso contrario solo se logrará dar argumentos al contrario. Mientras tanto, siguen apareciendo aquellos que hablan de guerras en las que solo combatirán los demás. Como en la canción Morir por las ideas, de Georges Brassens, que siempre tiene una respuesta para todo: “Morir por las ideas / de acuerdo, pero de muerte lenta. / Aquellos que llaman al martirio / casi siempre se lo toman con mucha calma aquí abajo”.

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