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Opinión - 07.12.2019

Algunos jinetes del apocalipsis

La imitación, la ira, el miedo y el aburrimiento están entre los grandes riesgos a los que nos enfrentamos

La imitación: en La luz que se apaga, Ivan Krastev y Stephen Holmes hablan de las esperanzas y las frustraciones de los países de Europa del Este. Tras la caída del Muro intentaron imitar a Europa occidental: era un regreso a la normalidad. La aspiración se acabó viendo como una imposición; la admiración se transformó en resentimiento. Pero ese impulso mimético está en otros lugares. Lo emplea de forma irónica Putin, para dejar mal a Occidente. Está en el hambre de hacer historia visible en muchos movimientos contemporáneos. Está también en la reivindicación del victimato. Como a todo imitador, nos obsesiona la autenticidad.

La ira: para Pankaj Mishra, nos encontramos en una edad de la ira. La reacción que vemos en algunas partes del mundo no es algo nuevo sino la reproducción de un rechazo a la modernidad que comenzó en Europa hace dos siglos. La modernidad genera ganadores y perdedores; provoca beneficios pero también una impresión de desubicación.

El miedo: el mundo se ha comprimido y acelerado. Cosas que parecían fiables, de la familia al trabajo, ya no lo son. No es solo que no sepamos si conservaremos el empleo, o que los trabajos sean precarios: no sabemos si nuestra profesión seguirá existiendo. Las mayorías culturales temen perder su posición; la clase media está aterrada por descolgarse; muchos ven la vida cotidiana como una amenaza existencial. Entre las consecuencias negativas del miedo están la pérdida de cohesión social (incrementada por la creciente desigualdad material), la búsqueda de culpables (como ha pasado con la inmigración) y una sensación de parálisis (como ha ocurrido con el cambio climático).

El aburrimiento: los temores conviven con el tedio y la convicción de que tenemos que vivir una experiencia emocionante: hemos venido a divertirnos, o como poco a indignarnos. Nos preocupan unas amenazas y somos incapaces de concebir otras. La economía nos da miedo pero a las instituciones democráticas las damos por sentadas. No creemos que las acciones que defendemos vayan a tener consecuencias que no nos gustan, pensamos que no cometeremos los errores que han cometido antes todos los demás y estamos seguros de que lo que valoramos del sistema sobrevivirá: solo sufrirá lo que nos parece mejorable. Esa combinación de fracaso imaginativo y arrogancia conduce a menudo a la irresponsabilidad primero y al desastre después. @gascondaniel

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