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Opinión - 25.01.2020

Aldeanismo madrileño

El uso de la fórmula ‘un tal’ o ‘una tal’ desde la capital hace pensar que fuera de sus fronteras todo pertenece a un rango menor

Cualquiera pudo oír en alguna emisora que el Gobierno designaba para dirigir la Guardia Civil “a una tal Gámez”. Esa fórmula se ha convertido en un recurso bastante manoseado para ningunear nombramientos, por supuesto siempre que lo haga el partido rival. La primera vez que apareció en un titular, cuando El Mundo editorializó en enero de 1992 sobre el nombramiento de “un tal Griñán” para el Ministerio de Sanidad, tuvo el impacto irónico de lo inesperado, pero ya descubría un segundo plano: desde Madrid se podía utilizar esa forma despectiva, como ha seguido ocurriendo, ante nombramientos procedentes de la periferia, como si ese desconocimiento fuese responsabilidad del nombrado y no del periodista. Es obvio que en la capital también se puede pecar de aldeanismo, y se diría que especialmente en este “poblachón manchego”, algo que lo mismo se le atribuye a Quevedo que a Mesonero Romanos o Azorín o Umbral —también Azaña, que lo llamó “lugarón”, o Cela— compartieron esa idea más de una vez.

En esa fórmula capitalina late un aldeanismo congénito, como si más allá del entorno de Madrid todo perteneciera a un rango menor, y justificase eso de “un tal” o “una tal”. Griñán por entonces era miembro del Gobierno de la mayor comunidad española, y había ejercido de viceconsejero desde el primer gabinete andaluz. El titular evidenciaba —por ingenioso que resultase— una patología de mayor enjundia. Aquel tratamiento al nuevo ministro es algo que no hubiera hecho con un consejero de Madrid, aunque no tuviese cuarto y mitad de la entidad de Griñán, o incluso con un concejal del Ayuntamiento. Ahí se delataba la miopía cerril que había y hay detrás. El viejo humorista Álvaro de Laiglesia distinguió los pecados provinciales de los pecados capitales, y éste es un pecado capital: actuar desde Madrid como si lo que hay más allá fuese territorio de segunda.

Este asunto, más allá de la grosería tocha de reducir a alguien a “un tal” o “una tal”, remite a un efecto colateral del Estado de las Autonomías. La federalización ha llevado a la parcelación informativa: los españoles se desconocen entre sí. Los gallegos saben lo que sucede en Galicia pero no en Murcia si no sale en los medios nacionales; como los andaluces no saben qué sucede en Aragón o los riojanos en Extremadura; de modo que el nexo es Madrid con su visión a menudo corta de España. Desconocer la inmensa riqueza del país —también en términos de talento— es responsabilidad de quien lo desconoce. Y es algo que admitió The New York Times al auditar sus estándares periodísticos tras el escándalo de Jayson Blair: ignorar la realidad diversa del país, focalizándose demasiado en Washington, Nueva York y las grandes urbes. Sucede así, y es un defecto del periodismo. Pero exhibir el desconocimiento como una gracieta, en lugar de una limitación, es de un pavoneo cerril.

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