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Opinión - 03.12.2019

A las órdenes del presupuesto militar

El belicismo es herramienta fundamental en la geopolítica norteamericana; la diplomacia, un placebo

Estados Unidos necesita una o varias guerras: en Irak, Afganistán, Siria, Somalia o la Conchinchina. Su presupuesto militar es tan grande que sin ellas se vendría abajo y provocaría un colapso económico-social sin precedentes. Para justificar el presupuesto hacen falta guerras. Imagine que tiene una empresa con un camión. Para tener ese camión funcionando necesita un volumen de pedidos relativamente pequeño, y dispone de flexibilidad en cuanto a la carga. O sea, puede apañársela relativamente bien a poco que se mueva el mercado.

Si la empresa tiene 50 camiones, el problema se complica: necesita clientes fijos y una regularidad en los pedidos que le permita tener esa pequeña flota en la carretera. La dependencia del mercado es entonces más rígida. Pero si la empresa cuenta con 800 camiones, el asunto es completamente diferente. La dependencia del mercado es absoluta. Su dependencia de los clientes fijos es total. No puede empezar el día pensando en la manera de encontrar carga para los camiones. Tiene que tenerla contratada con anterioridad: debe estar asegurada al menos para la mayor parte de la flota. Con 800 camiones parados a la espera de carga, el negocio se hunde.

Lo mismo le ocurre a Estados Unidos con sus 730.000 millones de dólares de presupuesto militar y sus 227.000 soldados acantonados permanentemente en el extranjero. La investigación y producción de ojivas nucleares es harina de otro costal. Esa increíble cifra, mayor que la suma de los diez países del mundo que le siguen en gasto militar, solo puede mantenerse si hay guerras en curso, autorizadas o no por el Congreso. Si no las hay, es como tener los 800 camiones parados. Por eso, Estados Unidos no ha terminado una guerra cuando ya está empezando otra. Las posguerras también son presupuestadas, y la partida gastos imprevistos siempre es generosa.

Desde el fin de la II Guerra Mundial, la Casa Blanca siempre ha estado en guerra, declarada o de hecho porque nunca la declaró a Vietnam del Norte. Es vital tener carga asegurada para los 730.000 millones del presupuesto. La consigue abasteciendo a más de cien países. Esos fondos financian burocracias gigantescas, pufos y los sobrecostes del medio millón de contratistas privados de la Lockheed Martin, Boeing, Raytheon y grupos que facturan al Pentágono.

El belicismo es herramienta fundamental en la geopolítica norteamericana; la diplomacia, un placebo. Halcones políticos y empresariales engordan el presupuesto proponiendo nuevos sistemas de defensa, misiles intercontinentales, fuerzas especiales, portaviones de 13.000 millones de euros o repuestos de helicópteros de 7.000 cuando valen 400.

Las sanciones y la extraterritorialidad de leyes ad hoc permiten imponer, controlar recursos naturales y carburar la industria armamentística. Todo en nombre de la democracia, la libertad y la seguridad. Poco importa que la servidumbre del presupuesto militar lleve a la demolición de tratados globales, derechos y vidas, a la muerte espiritual de un país.

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