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Internacional/Mundo - 05.12.2018

«Queremos que Macron se vaya porque no vive en este mundo»

El Periódico recorre el pueblo de Sens con un grupo ‘chalecos amarillos’ que desde hace tres semanas bloquean las instituciones públicas

El movimiento representa la Francia olvidada que se revuelve contra el presidente y el empeoramiento de su nivel de vida

La cita es a las 9.30 en la subprefectura de Sens, un pueblo tranquilo en la rivera del Yonne, el río que da nombre al departamento situado en la región vinícola de Borgoña. A sus 25.000 habitantes les separan solamente 120 kilómetros de París, pero la distancia emocional entre el universo urbano y esa Francia que se extiende entre un paisaje campestre de viejas fábricas abandonadas es mucho más amplia.

Desde hace tres semanas, Laura, Valérie, Marie, Jennifer, Vanessa y Anaïs recorren las administraciones públicas de Sens con un chaleco amarillo encima del abrigo. Tienen entre 29 y 61 años. Son jubiladas, paradas, enfermeras o agentes inmobiliarias y ninguna se había manifestado antes del 17 de noviembre. No pertenecen a ningún sindicato, no militan en ningún partido político. No eran amigas, pero el movimiento ciudadano surgido en las redes sociales contra la subida del impuesto a los carburantes las ha unido en una inédita rebelión contra el poder.

«Solo sobrevivimos»

«Antes vivíamos dignamente, pero ahora solo sobrevivimos«,  dice Valérie, de 52 años mientras camina hacia el centro de finanzas públicas de Sens. Valérie cobra una pensión por invalidez de 1.000 euros al mes, que se gasta en el alquiler del apartamento, la manutención y los gastos de su hija, estudiante de enfermería en Troyes. «A final de mes no me queda nada. Vivimos con el sueldo de mi marido, que pronto se jubilará y no tendrá gran cosa», continúa.

En la carretera junto al río, los coches hacen sonar el claxon cuando ven llegar a la comitiva de los chalecos amarillos. Dos agentes de seguridad cierran a toda prisa las puertas de la oficina de la hacienda pública, dejando en la estacada a los usuarios que acuden a pagar sus impuestos. «Empiezan a ser alérgicos al amarillo. Seguid así«, les anima una vecina, atónita por el cierre de las oficinas.

La lluvia arrecia y el grupo decide hacer una visita al Ayuntamiento, un soberbio palacete en el centro de la localidad, a dos pasos de la catedral gótica de Saint Étienne. Consiguen entrar en el edificio, pero un policía les invita amablemente a desalojarlo.

Gobernar para los ricos

«El alcalde no quiere recibirnos. No quiere mojarse. Pero vamos a reunirnos y a organizarnos para que el Gobierno nos escuche», dice Vanessa, 40 años y auxiliar de enfermería en una residencia de ancianos. «Cada vez hay menos personal, nos pagan una miseria y nuestro sueldo no aumenta, pero el de los ministros sí. Hay que revisar todo el sistema, porque los que están en el poder solo gobiernan para los ricos. Cuanto peor nos va, más nos hunden», se lamenta.

La acogida es más cálida en la oficina de Correos, donde Véronique, una empleada de 57 años hace una pausa para mostrar su solidaridad con los chalecos amarillos y Nathalie, de 40 años, muestra su orgullo por el movimiento surgido en Francia.

«Yo no me quejo porque tengo trabajo y gano algo más que el salario mínimo (1.400 euros) pero hace falta que las clases medias tengan más poder adquisitivo. No recibimos ayudas y pagamos muchos impuestos», explica.

En la región el paro es del 8,3%.  por debajo de la media francesa del 9,1% pero la actividad es escasa más allá de la céntrica calle comercial de Sens. «Aquí no hay nada para los jóvenes», se lamenta Anaïs, una parada de 29 años.

Un reciente informe de la Fundación Jean Jaurès habla de la fuerte dimensión simbólica que para este tipo de población supone renunciar a cosas como ir de vacaciones, al cine o cenar en un restaurante. «Significa que están resbalando fuera de la amplia clase media y que, a su juicio, se les arrastra inexorablemente hacia el mundo de los pobres y los subvencionados», indica.

Ola populista occidental

La revuelta de los ‘chalecos amarillos’ es también la de un sector de la población francesa que no encuentra su sitio en el mundo globalizado, según el geógrafo Christophe Guilluy, autor del famoso ensayo ‘La Francia periférica’ en el que analiza la sociología de los territorios desindustrializados alejados de la metrópoli, tradicional caladero de votos de la ultraderecha.

«Es una sociología específica: la de la ola populista occidental. El problema en Francia, como en Estados Unidos o en el resto de Europa, es el de un modelo económico que crea riqueza, pero que no integra a la mayoría de la población», sostiene.

El demógrafo Hervé Le Bras cree, en cambio, que la periferia es muy heterogénea y que el mapa que dibujan las protestas encaja con el de las zonas poco pobladas o que pierden habitantes.

La diagonal vacía

Un esquema que se corresponde con la llamada ‘diagonal vacía’ de la que habla el geógrafo Roger Brunet, la que se extiende desde las Ardenas a los Altos Pirineos y necesita el coche para ir a trabajar y volver a casa cada día. Nathalie, la mujer de la oficina de Correos, recorre 450 kilómetros semanales y se gasta 100 euros en llenar el depósito.

Si las reivindicaciones de los ‘chalecos amarillos’ son heterogéneas y superan la cólera inicial por el precio de la gasolina, poco a poco la protesta muta hacia un rechazo visceral de la figura del presidente francés.

Un niño mimado

 «Tenemos la impresión de estar en una dictadura. Macron es un niño mimado. No nos respeta.  El Estado está empobreciendo al pueblo. Lo está dejando morir y cierra los ojos», cuenta Valérie que dice tener un sueño simple: que la gente pueda vivir dignamente del fruto de su trabajo.

El grupo se disuelve para comer y se cita por la tarde en la oficina de Hacienda, que sigue cerrada. Decide volver al Ayuntamiento, donde los tres policías que custodian la entrada bromean con la peregrina idea de las mujeres de pintar de amarillo el árbol de Navidad que se trasladará al Elíseo cruzando el Yonne.

 «Esto es solo el principio. No nos manifestamos, estamos haciendo la revolución porque todo el mundo está harto. Yo quiero que se vaya Macron y todo su Gobierno porque no viven en nuestro mundo», resume Marie, una jubilada de que augura un fin de año agitado.

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