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Internacional/Mundo - 15.02.2019

Nigeria elige su futuro entre dos candidatos septuagenarios

El país africano celebra elecciones el sábado con más de la mitad de la población sumida en la pobreza

Los nigeranos deben decidirse entre la mano dura de Buhari, actual presidente, o el pragmatismo de Abubakar

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Más de 84 millones de nigerianos están llamados a las urnas este sábado para elegir al nuevo presidente del país más poblado de África. Los dos aspirantes favoritos tienen más de 70 años y son parte de un establishment que mantiene a un 60% de los nigerianos en la pobreza pese a disponer de una de las reservas de petróleo más grandes del mundo.

Las encuestas las lidera por poco margen el actual presidente, Muhammadu Buhari, del Congreso de Todos los Progresistas (APC). El mandatario hizo historia en el 2015 al convertirse en el primer jefe de la oposición en llegar al poder por las urnas desde la independencia de Nigeria en 1960. Buhari tiene el rango de mayor general del Ejército y ya gobernó entre 1983 y 1985 al mando de una junta militar golpista.

Al asumir su segunda presidencia hace 4 años, Buhari se comprometió a actuar con mano dura contra la corrupción, a acabar con los yihadistas de Boko Haram y a revivir la economía. Pero termina el mandato sin avances consolidados en ninguna de esas materias y vuelve a pedir el voto para abordar el déficit de infraestructuras públicas y fomentar la industrialización.

Flexibilidad

Su rival es Atiku Abubakar, del Partido Democrático del Pueblo (PDP), que fue vicepresidente del país entre 1999 y el 2007, y ha sido investigado por supuestos desvíos de fondos públicos en el pasado. Abubakar es propietario, entre otros negocios, de una empresa de logística portuaria y una universidad privada, y aboga por políticas que favorezcan a los empresarios para aprovechar el potencial económico de Nigeria.

Entre sus planes está privatizar una empresa estatal de petróleos que el analista Adekeye Adebajo califica de «tremendamente corrupta» y establecer un fondo de 25.000 millones de dólares para apoyar las inversiones privadas en infraestructuras. Frente a la severidad castrense que aspira a representar Buhari, Abubakar se decanta por una estrategia más flexible ante la corrupción, y ha propuesto amnistiar a los defraudadores que devuelvan al Estado parte del dinero robado.

«Llevan muchísimo tiempo en política», dice a EL PERIÓDICO Adebajo, que tiene escasas esperanzas en los candidatos. El analista, que dirige el Instituto para el Pensamiento y el Debate Panafricano de la Universidad de Johannesburgo, cree que Buhari «sí se ha tomado en serio la lucha contra la corrupción», pero también que no ha sido capaz de disipar las sospechas de que sus acciones han sido selectivas. «No es suficiente decir que se quiere combatir la corrupción si la gente de tu alrededor está implicada en actos de corrupción», dice Adebajo sobre el entorno de Buhari.

Senilidad

Que dos ancianos sean el futuro de un país donde más de la mitad de la población tiene menos de 30 años es algo más que una ironía y constituye también un riesgo para la gobernabilidad. Buhari ha pasado 5 meses de su mandato hospitalizado en Londres, y el secretismo en torno a su salud ha disparado todo tipo de rumores.

A finales del 2018, círculos hostiles al presidente difundieron la información de que el Buhari que estaba haciendo campaña era en realidad un hombre sudanés llamado Jubril, que estaría haciendo de doble del Buhari original. El propio presidente negó en diciembre en un acto público que estuviera «muerto» o fuera un «clon».

«Se sospecha que tiene cáncer, probablemente de próstata», dice Adebajo. «No es nada positivo o esperanzador que un jefe de Estado pase 5 meses fuera del país», agrega el profesor. Adebajo considera que esta prolongada baja afectó a la gestión de Buhari, y recuerda la muerte en el 2010 del presidente nigeriano Umaru Musa Yar’Adua, que falleció mientras era jefe del Estado cuando tenía solo 58 años.

Temor

Gane quien gane, el nuevo presidente habrá de afrontar inmensos desafíos. Nigeria tiene una tasa de paro superior al 23%, que alcanza el 60% entre la población joven. Los apagones constantes de electricidad obstaculizan casi a diario una actividad económica que también se resiente por los conflictos abiertos en distintos puntos del país.

Además del reino de terror de Boko Haram en el noreste (recrudecido ahora por la aparición desde sus propias filas del Estado Islámico en África Occidental), el Gobierno ha de lidiar con las sangrientas disputas por el control de las tierras entre pastores musulmanes agricultores cristianos. Buhari ha sido acusado de cerrar los ojos ante las atrocidades de los musulmanes en este conflicto que ha dejado más de 3.600 muertos desde 2016, según Amnistía Internacional.

A esto se le suma la tensión entre el Estado y los separatistas biafreños en el sureste, así como los sabotajes constantes a la producción de crudo con los que grupos armados del delta del Níger protestan contra su exclusión del lucrativo negocio del petróleo.

Aunque en el 2015 Buhari llegó al poder gracias a unas elecciones, algunos observadores temen que ceda a la tentación de recurrir al fraude para ser reelegido. Buhari cesó en enero al presidente del Tribunal Supremo, el juez encargado de decidir sobre posibles disputas electorales. Esta maniobra agudiza los miedos al pucherazo en un país con la historia de atropellos a la democracia que tiene Nigeria.

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