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Internacional/Mundo - 13.03.2019

La Rusia de Putin: xenofobia y homofobia

La asunción del discurso y las ideas neofascistas por parte del Kremlin ayudan a los partidos ultras europeos a abandonar la marginalidad

Las últimas encuestas no dejan espacio alguno a las dudas: la xenofobia y la homofobia son valores en alza en la Rusia de Vladímir Putin. Un estudio realizado por el instituto de opinión independiente Levada y difundido en agosto pasado cifraba en un 64% el porcentaje de ciudadanos rusos que se declaraba favorable a limitar la entrada de los no rusos al país, 12 puntos por encima de la cifra registrada el año anterior. Grupos étnicos como los gitanos, los chinos o los vietnamitas causan especial animadversión, según se desprende del sondeo.

Casi dos tercios de los preguntados por el Centro Ruso para la Investigación de la Opinión Pública en otra encuesta culminada también en el verano pasado creen que existe una conspiración, «una organización que intenta destruir los valores espirituales de los rusos a través de la propaganda de las relaciones sexuales no tradicionales» en referencia a los homosexuales. Son datos que, de acuerdo con la valoración a la cadena NBC de Svetlana Zajárova, la portavoz de la red rusa LGBTQ, únicamente «reflejan las políticas oficiales de las autoridades rusas».

Muchos de los debates sociales que se mantienen en la Duma Estatal, la Cámara baja del Parlamento, donde solo están representados el partido gubernamental Rusia Unida y fuerzas sistémicas que no ponen en cuestión ni al presidente Putin ni a su política, harían las delicias de muchos partidos ultraderechistas en Europa en temas como la igualdad de géneros. En enero del 2017, los parlamentarios rusos dieron su visto bueno a una enmienda que descriminalizaba parcialmente la violencia doméstica, penalizando con una multa o 15 días de arresto administrativo aquellos episodios de maltrato que implicasen sangre o heridas pero no rotura de huesos, si éstos solo se producían una vez al año. 

Una mujer muerta cada 40 minutos

Pese a que en Rusia una mujer muere cada 40 minutos como consecuencia de la violencia de género, algunas publicaciones progubernamentales como Komsomólskaya Pravda se abstuvieron entonces de publicar esos datos y evocaron en su lugar la existencia de «estudios científicos recientes» que demostraban que «las esposas de hombres enfadados» tenían «razones para sentirse orgullosas de sus heridas».

La homosexualidad no ha sido ilegalizada oficialmente, pero las leyes que criminalizan la propaganda gay son interpretadas por los activistas como una señal del Gobierno a la sociedad para que desarrolle sus instintos contra las minorías sexuales, en medio de un goteo constante de informaciones sobre asesinatos homófobos, sobre todo en provincias. El último crimen del que se tiene constancia se produjo en Ilsky, un pequeño pueblo de la región de Krasnodar, en el sur del país, donde Vladímir Dubentsov Nikolai Galdin, dos gais de la tercera edad que vivían abiertamente como pareja, aparecieron asesinados. El corresponsal de Meduza recoge en su reportaje que muchos de los encuestados no querían ser mencionados porque «se avergonzaban de que una pareja de gais viviera en la localidad».

Desde hace ya más de una década, el Gobierno ruso ha ido asumiendo valores de la ultraderecha, y ello, según los analistas, ha empoderado a los partidos extremistas en Europa occidental, condenados al ostracismo desde el final de la segunda guerra mundial. La aplicación del programa de la ultraderecha en Rusia «ha tenido un efecto psicológico importante» entre estos partidos, recuerda en conversación telefónica Anton Shekhovtsov, especialista y autor del libro Rusia y la extrema derecha europea. Estas fuerzas pueden reclamar ahora que no son marginales y que «establecen alianzas con un país grande, un poder geopolítico, dirigido por las mismas ideas'», resume el analista.

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