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Internacional/Mundo - 05.01.2019

El ‘fracking’ renace en la era Trump

El Gobierno de EEUU saca a subasta millones de terrenos públicos para dedicarlos a la explotación de gas y petróleo

El presidente se alía con la industria e impulsa una desregulación masiva de las protecciones medioambientales

A lo largo de las décadas, Estados Unidos ha buscado la “independencia energética” para satisfacer sus necesidades sin tener que depender de incómodos aliados geopolíticos o verse afectado por las fluctuaciones en los precios del petróleo y las crisis derivadas de su oferta, como las que sacudieron al mundo en los años setenta. Aquella doctrina aspiraba simplemente a la autosuficiencia, pero desde la llegada de Donald Trump al poder ha sido reemplazada por un nuevo eslogan: la “dominancia energética”. El magnate se ha propuesto convertir a EE UU en la gran superpotencia energética del mundo, el líder indiscutible en la producción de combustibles fósiles, un objetivo para el que se ha aliado abiertamente con la industria ignorando las alarmantes advertencias sobre el cambio climático

Su Administración ha apostado de lleno por la fracturación hidráulica, la tecnología que ha revolucionado la extracción de gas natural y petróleo en la última década. El ‘fracking’ ha abierto una nueva época de abundancia para los combustibles sucios cuando más urgente se antoja la transición hacia las energías renovables y ha convertido a EE UU por primera vez desde 1973 en el primer productor mundial de hidrocarburos por delante de Arabia Saudí Rusia. Pero el ‘fracking’, que consiste en inyectar millones de litros de agua y químicos a presión en el subsuelo para fracturar la roca y liberar las burbujas de gas y petróleo almacenadas en sus cavidades, también desprende metano en la atmósfera, un gas de efecto invernadero mucho más potente que el dióxido de carbono. Y no es el único riesgo que comporta para la salud y el medioambiente. 

Ajena a esas preocupaciones, como demuestra su salida del Acuerdo del Clima de París, la Administración Trump ha puesto a disposición de las petroleras vastas extensiones de terrenos públicos para dedicarlos a la prospección de hidrocarburos. Solo en el último año fiscal, que se cerró en septiembre, sacó a subasta 5.1 millones de hectáreas, dos veces la superficie del estado de Massachusetts y tres veces más de lo que Barack Obama subastó de media durante su segundo mandato. Casi todos los predios están en el oeste del país e incluyen hábitats de especies amenazadas o monumentos nacionales de enorme valor histórico y cultural como los cañones de los indios Pueblo en Colorado. 

Arrendamiento de tierras

“Prácticamente todas las políticas que Trump ha adoptado desde el principio han ido dirigidas a fomentar los combustibles fósiles a expensas de los renovables”, dice a este diario Lauren Pagel desde la oenegé ecologista Earthworks. “Deberíamos estar liderando los esfuerzos para reducir las emisiones contaminantes, pero vamos en la dirección contraria”. El arrendamiento de tierras federales al mejor postor, que concede a los compradores el derecho a explotarlas en perpetuidad a cambio de unas regalías del 12.5% para el Estado, ha ido acompañado de un plan para abrir la casi totalidad de las aguas territoriales estadounidenses a la prospección de hidrocarburos. Concretamente el 90%. 

El plan es progresivo, pero incluye todas las costas del país, desde el Golfo de México a la cornisa atlántica, pasando por el Pacífico y zonas protegidas del Ártico en Alaska, una de las regiones más frágiles del planeta. “Este es el comienzo de la era de dominancia energética estadounidense”, clamó victoriosamente el secretario de Interior, Ryan Zinke, al anunciar el plan hace un año. Zinke dimitió el mes pasado por sospechas de corrupción, pero antes de marcharse dejó claras las intenciones de la Administración. “Nuestro Gobierno tiene que trabajar para vosotros”, dijo ante un foro de ejecutivos del gas y el petróleo en Luisiana. Su reemplazo interino al frente del departamento encargado de aprobar las licencias se llama David Bernhardt y trabajó durante años como lobista para las petroleras. 

La Administración está cumpliendo al dedillo los deseos de la industria, que el año pasado se gastó 100 millones de dólares en lobi en Washington, según el Center For Responsive Politics. La barra libre para perforar las aguas y tierras del país ha ido acompañada por la derogación del grueso de las regulaciones federales impuestas al ‘fracking’. Desde el principio esta industria gozó  de unos privilegios que no se conceden a ninguna otra. Gracias a los esfuerzos de Dick Chenney durante la Administración Bush no tiene que cumplir con los estándares para la protección del agua y el aire. Obama no lo pudo cambiar por la oposición republicana en el Congreso, pero sí impuso controles más estrictos. 

Obligó a sellar los pozos con cemento para evitar las fugas. Impuso límites a las emisiones de metano. Tomó medidas para tratar los residuos tóxicos que salen de los pozos y que hasta entonces se almacenaban en balsas al aire libre. Y forzó a las compañías a hacer pública la coctelera de químicos que inyectan en la tierra, desde el ácido sulfhídrico al benzeno, un cancerígeno. Todas esas medidas son ya historia. Trump las ha derogado. Por acabar ha acabado incluso con las salvaguardas que obligaban al Gobierno a realizar estudios de impacto medioambiental antes de aprobar nuevas licencias para la prospección. 

Copiosas regalías

El resultado ha sido el esperado. La producción de petróleo en tierras federales ha aumentado un 25% desde el final del mandato de Obama y en estados como Wyoming las emisiones del metano que se ventila o se quema en la atmósfera para eludir los costes de procesarlo han crecido un 72%. El boom ha engordado las arcas de muchos estados y del Gobierno federal estado y ha revitalizado varias regiones con miles de puestos de trabajo y copiosas regalías para los estadounidenses que han vendido los derechos de explotación del suelo de su propiedad. 

Pero también está arruinando la vida de muchos otros estadounidenses porque el ‘fracking’ es tremendamente invasivo. En Tejas o Pensilvania hay pozoscompresores o gasoductos incrustados en las zonas urbanas o en las granjas idílicas del campo. Lugares tranquilos se han transformado en zonas industriales donde se trabaja las 24 horas con una polución lumínica y sonora insoportable. Se han contaminado ríos y manantiales. Han proliferado los temblores de tierra y se han desplomado los precios de las viviendas porque la polución puede ser tan alta que las aseguradoras se niegan a asegurarlas. 

Y todo ello ha sucedido mientras sus vecinos se acostumbraban a vivir en muchos casos con dolores de cabeza, picores, vómitos, hemorragias nasales o dificultades para respirar. Es el precio del ‘fracking’, una tecnología que ha devuelto a EE UU el cetro energético del mundo al tiempo que agrava los problemas del planeta y pone en riesgo la salud de millones de personas. 

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