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Internacional/Mundo - 23.06.2019

Arsal: los efectos de la guerra de Siria en 300 kilómetros cuadrados

Desde el incio de la guerra en Siria en el 2011, más de 5 millones de personas se han visto obligadas a desplazarse forzosamente

La localidad libanesa de Arsal, frontera con Siria, ha acogido a más de 120.000 refugiados sirios

Construida sobre una zona elevada rocosa que bordea el núcleo urbano de la ciudad de Arsal, la casa del agricultor libanés Abed El Aziz Flayz, de 58 años, ofrece una impresionante vista del entramado de calles de esta población situada en el noreste del Líbano y a solo 12 kilómetros de la frontera con Siria. Arsal, una localidad de 316 kilómetros cuadrados de superficie en cuyo paisaje urbanístico resaltan tanto las cúpulas y torres de sus mezquitas, como los infinitos techos blancos que distinguen los 132 campos de refugiados construidos sobre fincas que alguna vez fueron tierras de cultivo o terrenos baldíos.

Fue en el 2012, recuerda El Aziz Flayz, que los 37.000 libaneses que viven en Arsal experimentaron un cambio radical en su vida cotidiana que ha estado marcada por el olvido desde la centralidad de Beirut. Un olvido puesto en evidencia a través de sus menoscabados servicios de salud, saneamientoelectricidad y agua potable.

Los sirios llegaron en masa. Se establecieron primero en tiendas de campaña y cuando se montaron los primeros campos de refugiados muchos se fueron a vivir allí”, dice el agricultor.

Hasta 120.000 personas desplazadas forzosamente llegaron a Arsal triplicando a su población, pero aun así las autoridades y la gente del pueblo los acogieron con nobleza e impulsados por una tradicional reciprocidad en el comercio, las relaciones familiares entre libaneses y sirios de esta zona en particular, pero también por una proximidad basada en la fe: tanto la población desplazada como los arsalíes son de confesión musulmana suní.

Pero el poder del credo no pudo imponerse sobre los problemas de convivencia que surgieron con el tiempo y que posteriormente se agudizaron cuando el 2 de agosto del 2014, más de un millar de partidarios del Estado Islámico (EI) y de Fateh al-Sham (antes Frente Al-Nusra), entraron en Arsal para intentar extender su área de influencia en la zona.

Durante cinco días las huestes del EI se apoderaron de la localidad, hasta que el Ejército libanés consiguió empujarlos hacia las montañas. Los siguientes tres años la situación de Arsal fue la de una tensión y asedio permanente. Los enfrentamientos entre militares y terroristas salafistas, los secuestros de policías y soldados, los intercambios de prisioneros, se convirtieron en lo habitual.

A mediados del 2017 el Ejército libanés y los milicianos de Hezbolá –con gran poder en el territorio- consiguieron por fin desalojar al Estado Islámico de la zona. Arsal continúa padeciendo las consecuencias de esa ocupación representada en las minas antipersona que infestan grandes áreas de cultivo y las zonas de las canteras de donde se extrae la preciada ‘Piedra de Arsal’. A lo que se añade la aún masiva presencia de las personas desplazadas a las que algunos culpan de los males que abaten a la ciudad: el desempleo, la falta de oportunidades y el deterioro de sus ya malogrados servicios públicos.

Secuelas de una invasión

Más de 4.000 agricultores fueron afectados por la ocupación de los terroristas de EI, que invadieron centenares de hectáreas de tierras de cultivo. No hay cifras que cuantifiquen las pérdidas económicas, pero estas se estiman en cientos de miles de dólares. 

Desde el 2017, seis personas han muerto en la localidad de Arsal por las minas antipersona. 

Respecto a las canteras y la extracción de la piedra de Arsal, famosa por su resistencia y que es utilizada básicamente para la construcción, se estima un similar número de perjudicados. A esto se añade la inseguridad que produce la presencia de las minas antipersona, más aún cuando en el caso de Arsal, los explosivos diseminados en sus periferias son los conocidos como “minas de milicia” -colocadas sin ningún tipo de mapa o registro-, las cuales están afectando directamente a la población no solo en el ámbito productivo, sino sobre sus propias vidas. 

Desde el 2017 se han producido seis muertes en Arsal ocasionadas por las minas antipersona. Pero también están los supervivientes al embate de estos explosivos, como es el caso de Fatoum Mahoud El Houjeiri, una libanesa de 50 años que además de perder a su esposo por la explosión, ha quedado con importantes secuelas tanto físicas como psicológicas.

Mano de obra barata

El desempleo es un gran problema en el Líbano, sobre todo el juvenil. No hay cifras oficiales recientes pero se estima que el desempleo afecta al 20% de su población económicamente activa. En Arsal la situación se complica ya que allí el paro aqueja al 30% de la ciudadanía, lo que se agrava aún más debido a la enorme oferta de mano de obra barata representada en la población refugiada.

“Un agricultor libanés no acepta menos de 22.600 libras libanesas (13 euros) por jornada. Un sirio por ese mismo trabajo, o cualquier otro, llega a recibir hasta 5.000 libras libanesas (2.95 euros) ya que complementa esos ingresos con la ayuda, en dinero o alimentos, que le entrega Naciones Unidas”, dice la exvicealcaldesa de Arsal, Rima Krombi.

Krombi fue elegida en las elecciones del 2016 como representante de un partido laico y de corte social. La labor que ejerció en el ayuntamiento hasta hace poco más de un mes, se caracterizó por su énfasis en cuanto a la lucha por los derechos humanos y la convivencia por lo que no resultó sencillo enfrentar los problemas que se han suscitado entre la población autóctona y la desplazada por esa brecha salarial.

“Cuando vas por la calle te encuentras con un negocio de libaneses y frente a él, dos tiendas de sirios. Esta situación está perjudicando los negocios de los arsalíes, más aún cuando la apertura de esas tiendas ha escapado a nuestro control”, asegura la exvicealcaldesa.

Con los brazos abiertos

“Cuando hemos recibido a los desplazados de Siria, los hemos recibido como personas que huyen de una guerra”, asegura Krombi. Aunque aquella solidaridad generó posteriormente una idea equivocada que se reforzó con la invasión de los combatientes de EI en la localidad.

“Desde el resto del Líbano empezó a decirse que nosotros habíamos recibido a terroristas, cuando lo que habíamos hecho era recibir y ayudar a los refugiados”, se queja la líder política. 

La llegada de las personas desplazadas de Siria fue caótica. Al inicio estos se establecieron en improvisadas tiendas de campaña montadas atropelladamente por la ciudad. Los que tenían dinero alquilaron pisos, pero cuando los fondos se acabaron y empezaron a construirse los primeros campos de refugiados -en el 2014-, muchos se vieron empujados a instalarse allí.

En el campo de refugiados número 4 de Arsal, donde se han emplazado 1.000 personas, vive Fátima Ahmed El Masri, de 53 años. Fue en el 2012 cuando Fátima, acompañada de sus cuatro hijas un hijo, escapó de la violencia de su natal Homs, la ciudad más castigada por la guerra en Siria.

La vida en los campos de refugiados no es nada sencilla, más aún cuando la cabeza de familia es una mujer viuda. Según datos de ACNUR, el 55% de las familias refugiadas de Siria están liderados por una mujer. Si bien es su hijo Ahmad, de 17 años, quien trabaja en una tienda durante 13 horas por un sueldo de 5.000 libras libanesas diarias (casi 3 euros), es ella la que administra esos ingresos y vela por el bienestar de la familia.

Aunque las personas refugiadas tratan de llevar una vida digna y en Arsal, su presencia, que actualmente duplica a la población local -son más de 70.000 personas-, ha promovido el paulatino colapso de los servicios públicos e infraestructuras, especialmente la recolección de basura, la distribución de agua potable y el tratamiento de los desagües. Esto produce problemas con la población local que se ve afectada cuando, por ejemplo, los campos de refugiados se inundan por las lluvias y nevadas invernales y las aguas residuales emergen del subsuelo.

Una situación que repercute en la salud de la población, sin ningún tipo de discriminación por origen o nacionalidad

Radma Mustafa Krumbi es enfermera en una de las clínicas que existe en Arsal, la cual fue construida gracias al apoyo de la Associació Catalunya-Líban, organización que trabaja en el país desde los años noventa. Por este centro médico pasan a diario más de una docena de pacientes y en ellos se nota el incremento de enfermedades relacionadas con la contaminación del ambiente y la falta de higiene.

“Por ejemplo las alergias en la piel de los niños. También hemos tenido inesperados brotes de sarampión”, dice la enfermera. Pero si hay una situación que llama su atención por su inadvertido aumento, es la que se refiere a dolencias que impactan en la salud sexual y reproductiva.

“Hay cada vez más mujeres con cáncer de pecho y útero, y entre las sirias hemos detectado infecciones femeninas e incluso abortos espontáneos. No tenemos estadísticas ni datos oficiales, pero esto está ocurriendo”, asegura Mustafa.

Según datos del ayuntamiento de Arsal, se han gastado alrededor de 118.000 euros para pagar el alquiler de terrenos donde tratar la basura y las aguas residuales, pero resulta insuficiente.

Mirando hacia el futuro

A pesar de sus problemas, Arsal es una comunidad que sigue adelante y llama la atención de las autoridades nacionales y de los organismos internacionales para que no la olviden. Las minas antipersona continúan siendo un riesgo potencial, por lo que las fuerzas armadas libanesas han inaugurado un Centro Regional de Acción Contra las Minas en la región de Ras Baalbek, a la que pertenece Arsal, desde donde se están realizando estudios con ayuda de instituciones especializadas, como la británica Mines Advisory Group (MAG), para identificar áreas peligrosas y posteriormente efectuar la limpieza de la zona. El panorama se hace alentador también a partir de los apoyos que están recibiendo, especialmente de la ayuda internacional

El Aziz Flayz dice que para recuperar sus tierras y cosechas, necesitaría una inversión de unos 4.000 dólares anuales durante los próximos cinco años. Y como él, son miles las personas que viven del campo y que requerirían de ayuda similar. Las autoridades de Arsal han informado que el gobierno libanés les ha entregado 7 millones de dólares que se destinarán a la ayuda para la agricultura, para los trabajadores de las canteras, para el comercio y también para encontrar formas de generar nuevos empleos.

El sueño de Fátima es tener una máquina de coser, no solo para que le sirva para ganarse la vida cosiendo para otras familias, sino también para enseñar el oficio. “Si tuviera una máquina de coser podría enseñar costura a otras mujeres del campo. Así aprenderían y también podrían ganar dinero”, dice la siria, quien con su deseo pone de manifiesto un hecho fundamental en el ámbito de la ayuda humanitaria: hay que escuchar a las desplazadas para saber qué es lo que necesitan. Solo así se podrán atender e impulsar sus iniciativas y hacerlas sostenibles.

Se estima que desde junio del año pasado, unos 1.200 sirios que vivían en Arsal habrían regresado a su país, pero mientras la zozobra e inseguridad que sigue generando la guerra sea la que predomine, el grueso de las personas refugiadas no querrá moverse. Esto también es otra complicación, ya que no son pocos en Arsal los que piensan que el regreso de los sirios desplazadas es la solución a todos los problemas.

Olvidadas por Beirut

Janine Jalkh es periodista del diario libanés L’Orient Le Jour y durante los últimos años ha cubierto lo ocurrido en Arsal. Desde su punto de vista, no cree que el retorno de las personas refugiadas ayude a mejorar la situación de esta localidad.

“El problema de Arsal y de todos los pueblos como este, que están alejados de Beirut, es que han sido y son completamente ignorados y olvidados por el Estado. Puede que si las personas refugiadas se van la situación mejore un poco, pero no mucho”, dice Jalkh, para quien una efectiva solución a las dificultades de la ciudad fronteriza es que se implemente una auténtica política de desarrollo por parte del Gobierno libanés.

“Si los huertos empiezan a brotar nuevamente será la señal de que todo empieza a ser como antes”, dice El Aziz Flayz, el agricultor, y ese anhelo resuena con la potencia de un reclamo que espera con ímpetu hacerse realidad.

(*) Esta publicación se ha producido con contribución financiera de la Unión Eureopa. El contenido del documento es responsabilidad exclusiva de la Asociación Catalunya-Líbano y no refleja necesariamente la posición de la Unión Europea.

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