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Internacional/Mundo - 15.06.2019

Adaptarse al sistema: así triunfan los Verdes en Alemania

Los ecologistas encadenan éxitos electorales y apuntan a la cancillería tras una historia de transformación centrista que les permite capitalizar la debacle del bipartidismo

Los Verdes están de moda en Alemania. Tras más de una década divagando por un tablero político en el que tenían una capacidad de influencia muy limitada, la formación ecologista vive el momento más dulce de su historia. Eufóricos por un 20,5% de los votos que les catapultaron a la segunda posición en las elecciones europeas de mayo, el partido se prepara para un nuevo impulso que les lleve de nuevo al Gobierno federal.

Situados como nuevo buque insignia de los partidos ecologistas europeos, los verdes alemanes incluso amenazan con forzar un adiós antes de tiempo de la cancillera Angela Merkel. Los últimos sondeos dan a la formación de centro-izquierda hasta un 26,5% de los votos que les situaría como primera fuerza de Alemania y que podría sepultar al Gobierno, algo impensable hace pocos meses.

Esa realidad cada vez más sólida se debe a la capacidad ‘atrapalotodo’ del partido. Aprovechándose del hastío con un bipartidismo en declive, los verdes han captado 1.370.000 votos de los socialdemócratas (SPD), pero también 1.250.000 de los conservadores (CDU/CSU) y más de medio millón del izquierdista Die Linke y los liberales (FDP).

Adaptarse al sistema

El actual éxito verde no puede entenderse sin su profunda transformación. Fraguado a principios de los 80 en el oeste alemán, este “partido antipartido” nació como protesta del movimiento ciudadano ecologista, feminista y contracultural. Funcionó y fueron ganando peso en el Parlamento, pero la heterogénea mezcla de corrientes progresistas terminó contribuyendo a una fragmentación interna.

La facción más conservadora y pragmática, los ‘Realos’, tomaron el control del partido y cooptaron el mensaje de las crecientes luchas emancipatorias para llevarlo a posiciones más acomodadas que no cuestionaban al poder. El ecologismo marxista y antisistema fue marginalizado para abrazar un capitalismo neoliberal que pintaron de verde. Claudicaron al ‘status quo’ al que se oponían para hacer carrera en él.

Cambio de principios

La metamorfosis verde se completó en 1998 con su entrada en el Gobierno. A pesar de nacer como un partido pacifista y antimilitarista, su líder y ministro de Asuntos Exteriores, Joschka Fischer, apoyó ferozmente el bombardeo de Yugoslavia y apoyó la OTAN para llevar a Alemania a una intervención armada prohibida en su Constitución y repudiada por sus ciudadanos. Convertidos en los grandes aliados de Washington en Berlín, los verdes incluso apoyaron la guerra de Afganistán en el 2001.

“Una vez el partido renunció a esa piedra fundacional, todo lo demás se puso en venta”, señaló el historiador Joachim Jachnow en el 2013. Con ese giro las bases quedaron fragmentadas y un tercio de los afiliados abandonaron el partido. Los años y los sillones desdibujaron la democracia interna del partido y pusieron fin a la limitación de mandatos.

Decepción en el Gobierno

Tras años siendo defensores de la redistribución económica, la directiva apoyó la Agenda 2010, el plan de reformas neoliberales del canciller Schröder, que flexibilizó el mercado laboral y recortó derechos de los trabajadores. La decepción creció al ver que muchos de los impulsores del partido se apuntaron a las puertas giratorias para trabajar para los que antes habían sido sus enemigos.

Incluso renunciaron a uno de sus pilares, la lucha antinuclear, y tendieron la mano a la poderosa industria. La traición a sus principios fue demasiado para sus votantes y en el 2005 una joven Merkel les apartó de toda aspiración de poder. Aunque más adelante el partido retomaría su promesa antinuclear, fue la propia cancillera quien, en una astuta jugada tras la catástrofe de Fukushima, se hizo suya su reivindicación y anunció el cierre de las centrales nucleares del país.

Ecologismo liberal

En la siguiente década los verdes han basculado del 6% al 10% de los sufragios. Sin embargo, en los últimos meses el partido ha llegado a unas cifras históricas. Además de trepar en el descalabro bipartidista, su éxito actual mira a la posición conservadora con la que gobiernan en el rico ‘land’ de Baden-Württemberg desde el 2011, aunque eso suponga contradicciones como apoyar el diésel y una mayor restricción migratoria. “Los verdes del sur son como una CDU descafeinada”, explica el politólogo Franco Delle Donne. Abonarse al centro les ha permitido llegar a un mayor segmento de la población.

Su ecologismo liberal quiere reformar el sistema sin cambiarlo, hacer una sociedad más justa y sostenible pero sin cuestionar el libre mercado. Esa satisfactoria fórmula, que incluye un impuesto verde y una política fiscal más relajada, explica que sean el partido más votado en las grandes ciudades, por los ciudadanos con una mayor educación universitaria y que reciban el apoyo de funcionarios, autónomos y asalariados, pero mucho menos de la clase trabajadora.

Con un tercio de los votos de menores de 30 años bajo el brazo, los verdes pueden dejar de ser el partido de moda para consolidarse como un referente político en Alemania. A eso también puede contribuir la popularización de dos de sus reivindicaciones centrales: el ecologismo y el feminismo. No sin razón, la protección del medio ambiente fue la principal preocupación de los alemanes en los comicios europeos (48%) y los verdes fueron el segundo partido preferido por las mujeres (24%).

Aunque el territorio de la antigua Alemania socialista ha sido su talón de Aquiles, el partido parece empezar a romper esa última frontera. En las elecciones del 2017 lograron tan solo un 5%, el peor registro de todos los partidos. Sin embargo, este 2019 las cosas están cambiando: los afiliados en el Este se han disparado un 20% y el partido apunta a grandes mejoras en los tres estados orientales que celebran elecciones este otoño. El viento sopla a su favor.

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