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España - 08.06.2019

Detenido en Ciudad Real un prófugo condenado por violar a una menor

El arrestado debía cumplir una condena de 23 años de prisión pero llevaba casi un año fugado

Francisco Amaya, de 26 años, cumplirá entre rejas la pena de 23 años de prisión a la que fue condenado hace un año por la Audiencia Provincial de Ciudad Real por haber violado a una menor. Francisco, que fue juzgado y condenado cuando se encontraba en la cárcel por otros delitos menores, había salido de prisión en septiembre de 2018 y desde entonces se encontraba fugado de la Justicia.

En abril de este año fue localizado en su pueblo, Daimiel (Ciudad Real), pero también logró eludir a las fuerzas de seguridad del Estado a pesar del amplio y espectacular dispositivo policial que se desplegó por este municipio de 18.000 habitantes. Consiguió darse a la fuga huyendo a través de una cueva subterránea que conecta su domicilio con un patio vecinal, un tipo de cueva muy común en las casas antiguas de este municipio manchego.

Sin embargo, su fuga finalizó este fin de semana con su detención por parte de agentes de la Guardia Civil en una vivienda deshabitada de Daimiel situada en la calle Ciudad Real donde se había atrincherado.

Así daba por concluida la Guardia Civil la operación de búsqueda de este joven en la 200 agentes rastrearon viviendas y tejados e incluso se utilizó un dron para dar con su paradero.

Violada, golpeada y vejada

Francisco Amaya fue condenado en mayo de 2018 a 23 años de cárcel por los delitos de violación, maltrato y contra la integridad moral. La víctima fue una menor de 17 años con la que había mantenido una relación sentimental durante tres meses. Según la sentencia, Francisco, con antecedentes por violencia machista, violó a la joven y le obligó a practicarle una felación en el interior de un coche, escena que grabó con su teléfono móvil bajo la amenaza de difundir las imágenes si la chica lo denunciaba. En otra ocasión y durante los meses de esta relación tormentosa, la golpeó con el mango de un destornillador y le obligó a beber su orina, que había depositado en una botella, con la amenaza de matarla si no lo hacía.

Durante el juicio, los peritos aseguraron que la joven sufría un trastorno de estrés postraumático y baja autoestima además de secuelas físicas -temblores, problemas intestinales y dolores de cabeza- por los malos tratos continuados de su expareja.

Aunque fue condenado a 23 años de prisión, aprovechó su puesta en libertad por otro delito menor en septiembre de 2018 para fugarse y no cumplir esta nueva pena. Su huida sólo ha durado 9 meses y ahora le esperan años de cárcel.

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