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Economía - 20.06.2019

El segundo tránsito del refugiado en España: «Ha sido muy difícil empezar una vida nueva»

  • Los refugiados que llegan a España inician un nuevo e incierto viaje hacia la integración repleto de esperas y esperanzas
  • Según Accem, organización especializada en refugio y migraciones, las resoluciones de asilo tardan una media de 20 meses 

La violencia de género es uno de los motivos para solicitar protección internacional. En la imagen una mujer rohinya y su hijo acogidos en Tailandia el año 2017.

EFE/ARCHIVO

Dejan su país huyendo porque sufren violencias de muy distinta índole. Al llegar a España caen en la tentación de pensar que ya han cumplido su objetivo, pero la realidad es muy otra. Una vez dentro del territorio en el que se sienten seguros comienza el tortuoso camino administrativo para legalizar su situación como refugiados.

La solicitud de asilo suele ser lo último en lo que piensan las personas que han dejado atrás el horror en sus vidas. Llegar a una tierra extraña en la que no cuentan con una red de familiares y amigos hace que muchos de ellos ni siquiera deshagan la maleta porque piensan que su situación se revertirá y podrán regresar pronto a su país. No duermen. No saben en qué trabajarán. Algunos ni siquiera conocen el idioma. El temor por sus vidas desaparece y deja paso al sentimiento de soledad y desarraigo que se une a la incertidumbre por su situación legal.

La Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR) advertía en su último informe sobre el colapso de la administración española a la hora de tramitar la documentación de las personas que han llegado a nuestro país en busca de protección internacional. Apenas uno de cada cuatro solicitantes ha visto reconocida su condición de refugiado durante el último año, una estadística muy por debajo del 38% de la media europea. 

Según la Agencia para los Refugiados de la ONU (ACNUR) nunca antes, en sus casi 70 años de historia, se habían alcanzado estas cifras. Actualmente hay 70,8 millones de personas huyendo de guerras, persecuciones y conflictos.

Una nueva vida en Vitoria tras huir de la violencia de género en Mongolia

Una de las afortunadas es Lotus, aunque no sea su nombre real. Llegó procedente de un país asiático donde sufría malos tratos por parte de su pareja en una sociedad que mira hacia otro lado y con un Estado que considera la violencia de género un asunto privado en el que no tiene competencias. "Mi pareja me pegaba, me insultaba, me quitaba el dinero. Aquí estoy muy bien, nadie me maltrata. Esto es para mí muy importante, vivir sin riesgo y sin miedo", cuenta emocionada esta mujer que estudió Filología Hispánica en Mongolia, donde regentaba una pequeña agencia de viajes y daba clases particulares de español.

"Llegué en octubre de 2016 y en febrero de este año me concedieron el asilo", continúa Lotus. "Al llegar a España estuve un tiempo como de espera para empezar una vida nueva. Ver dónde trabajo, dónde estudio… y eso era muy difícil". Tuvo la suerte de encontrarse pronto con los trabajadores y voluntarios de Accem, una organización no lucrativa especializada en ayuda a refugiados y migrantes.

"El cambio no ha sido fácil. Económicamente no me ha resultado muy duro porque tenía el apoyo de Accem, pero tuve muchas dificultades emocionales. Muy duro superar esta parte. No podía dormir por la noche pensando en cómo solucionar las cosas", recuerda Lotus de sus duros inicios en nuestro país donde llegó huyendo, con su hijo de seis años, en busca de refugio.

Una vez solicitada la protección internacional comienza la fase de integración social y laboral con el acompañamiento de distintas entidades y organizaciones dedicadas a los refugiados y migrantes. EFE/ARCHIVO

Hoy Lotus vive en Vitoria y trabaja como ayudante artística en un proyecto del ayuntamiento vasco. "He vuelto a empezar mi vida en España y he cambiado. He empezado a dibujar y estoy disfrutando mucho". El arte, en su caso, ha sido sanador. "Me ha servido para superar el paso de haber dejado mi país", asegura con voz brillante desde el otro lado de la línea telefónica.

Ahora parece muy lejano el recuerdo de su traumática llegada a Madrid. Su alojamiento en el albergue del SAMUR Social para personas sin hogar. La profunda y detallada entrevista con la trabajadora social que le facilitó la información con los recursos básicos para sobrevivir en España. Las recomendaciones para que pidiera asilo aunque ella no viese más allá de que su objetivo era huir de Mongolia y de que pensaba haberlo conseguido. Aún no sabía que al llegar al país de acogida tenía que empezar otro largo camino de esperas y trámites necesarios para no ser devuelta al infierno.

Acudió al Ministerio de Interior y solicitó protección internacional en la Oficina de Asilo y Refugio (OAR). Dos años y medio después, la Comisión Interministerial de Asilo y Refugio (CIAR) resolvió positivamente su expediente. A la pregunta de si algún día le gustaría volver a Mongolia responde con un punto agridulce: "De momento, durante cinco años, no puedo volver por el estatuto de refugiado".

Un curso para trabajar después de dejar atrás la homofobia de Nicaragua

Santiago llegó desde Nicaragua hace un año y medio, cuando aún no habían comenzado las revueltas políticas de abril de 2018 contra el gobierno de Daniel Ortega. "Cuando me agredieron y fui a denunciar, la policía me dijo que era mi culpa por ser gay", explica Santiago con serenidad y determinación. "El apoyo LGTB en mi país está muy atrasado, considero yo. Viven bajo la influencia de la tradición", trata de disculpar a los que le discriminaron, acosaron y agredieron por ser homosexual. "En mi caso fue un poco difícil porque ni la familia ni los amigos, cuando se entarn de que eres gay, resultan ser tus amigos".

Este nicaragüense siempre había oído hablar de Madrid como una de las capitales más abiertas e inclusivas para la comunidad LGTB en todo el mundo. "El tiempo me llevó a buscar un país con una sociedad más incluyente, pero nunca pensé como una posibilidad el irme de mi país y no volver", confiesa Santiago al tiempo que se mentaliza sobre la posibilidad de no regresar nunca más al país de los lagos y los volcanes.

A los tres meses de su llegada a España se encontró con un antiguo compañero de la Universidad de Nicaragua que le habló de la posibilidad de pedir protección internacional. "Llamé al 060 o al 010, ya no me acuerdo. De ahí me envían a la policía de Alcalá de Henares y, al mes de la entrevista, me dieron la tarjeta roja que es un permiso que se renueva cada seis meses y que te permite trabajar. En la comisaría me pusieron en contacto con Accem y desde entonces ellos me acompañan", cuenta del tirón.

Una activista LGTBI durante una manifestación celebrada este año en Nairobi, Kenia, para exigir sus derechos. EFE/ARCHIVO

Santiago se esfuerza cada día por revertir el dolor de haber tenido que huir de su país para salvaguardar su integridad. "El sentimiento de pérdida trato de cambiarlo por el sentimiento de aprendizaje", resume al otro lado del teléfono. "Vine aquí y me encontré con que todos mis estudios de allá, acá no me valen. No sabía en qué iba a trabajar. Y aunque somos una cultura parecida, hay muchas diferencias y choques culturales que, al principio, me costaron. Cambié la actitud de sentir que mi vida había terminado por estar aquí a una actitud de buscar lo positivo de estar aquí, si no, me hubiera vuelto loco, te lo aseguro".

Santiago está acabando un curso de cocinero que le abrirá las puertas para encontrar un empleo. Está en la segunda fase del proceso de integración social y laboral que desde Accem diseñan de un modo personalizado para cada una de las personas que se encuentran a la espera de que se resuelva su solicitud de asilo y protección. "Me duele no estar con mis padres y con mis hermanos, es un sentimiento que no puedo comparar con nada, pero quiero pensar que ahorita no estoy con ellos pero voy a tener seguridad, que es lo que todos queremos", y se agarra de nuevo al mantra que le mantiene a flote: "Tengo que aprovechar el presente y enfocarme en esto para lograr mis objetivos y mis metas ahora".

Clases de español para un guineano que huye de la persecución religiosa

Fernán está aprendiendo el idioma a toda velocidadad. Va a clases de español en la sede de Accem, en Callao, de lunes a viernes. Su historia es similar a la de muchos jóvenes subsaharianos que han atravesado en precario el Sáhara y el Mediterráneo para llegar a Europa, para huir de la muerte. 

Es de Guinea Conakry y apenas lleva dos semanas viviendo en una habitación alquilada en Puente Alcocer. "Me siento muy bien, muy perfecto, como una persona normal, no como antes", comenta en el tono alegre que no escatima volumen muy propio de su tierra. Llegó en mayo de 2018 a las costas de Motril en una barca de remos junto a otros tres hombres y una mujer. "Desde las ocho de la noche hasta las doce del mediodía en el mar", recuerda como si fuera algo muy lejano.

"Tenía una situación muy peligrosa porque mi familia es musulmana y cuando ha muerto mi padre, me fui a vivir con un amigo de mi padre que era cristiano y yo también era cristiano porque vivía con él. Después la familia de mi padre me dijo que yo era musulmán y que si quería vivir con ellos tenía que cambiar mi religión y yo les dije que no podía cambiarme a ser musulmán. Mi tía me dice que tengo que cambiar. Todos los días me hacen las cosas no buenas, muy mal. Y un día fui a la casa a las cinco de la noche y me dijeron que tenía que irme de allí. Querían pelear conmigo. Cojo mi maleta, salgo de su casa". Con un español más que entendible resume Fernán por qué tuvo que salir de su tierra para proteger su vida.

La persecución por motivos religiosos es otra de las causas para solicitar protección internacional. noticias

Su huida daría para una novela por entregas. Mali, el desierto, Argelia, Marruecos, el mar… y una vez en las costas españolas el periplo de comisarías, casas de acogida y recursos básicos hasta la solicitud de asilo y la concesión de la primera tarjeta roja hace ahora cuatro meses. "Todavía no tengo permiso de trabajo. Puedo estudiar y residir. No me pueden llevar al CIE", explica para rematar la conversación.

Fernán recibe el apoyo de Accem para pagar la habitación, el transporte, la alimentación y las clases de español. En julio comenzará un curso de formación profesional que le abrirá las puertas del empleo. También le ofrecen atención psicológica y jurídica. Ellos le han ayudado a presentar el expediente completo de solicitud de asilo ante la OAR. Ahora sólo queda esperar a que la CIAR falle favorablemente. El tiempo de espera está sobre los 20 meses y Fernán presentó su solicitud hace diez, en agosto de 2018, tres meses después de su llegada a Motril. 

Fernán es ahora otra persona. En España ha pasado por Barcelona, Jaén y Burgos, donde conoció a Accem. Desde hace cuatro meses está en Madrid, la ciudad en la que siempre quiso vivir: "En España quería quedarme en Madrid, que era mi sueño por el Real Madrid".  Mientras su nueva vida se va asentando repite una y otra vez "me siento muy bien, muy perfecto", y aunque habla por teléfono parece que entra su voz plena de alegría por la ventana: "los domingos juego baloncesto con amigos en Orcasur".

Quién es un refugiado

De acuerdo con el artículo 1.A.2 de la Convención de Ginebra sobre el Estatuto de los Refugiados de 1951, un refugiado es una persona que “debido a fundados temores de ser perseguida por motivos de raza, religión, nacionalidad, pertenencia a determinado grupo social u opiniones políticas, se encuentre fuera del país de su nacionalidad y no pueda o, a causa de dichos temores, no quiera acogerse a la protección de tal país; o que, careciendo de nacionalidad y hallándose, a consecuencia de tales acontecimientos, fuera del país donde antes tuviera su residencia habitual, no pueda o, a causa de dichos temores, no quiera regresar a él”.

Por su parte, la Ley 12/2009 reguladora del derecho de asilo y de la protección subsidiaria en su artículo 3, establece que “la condición de refugiado se reconoce a toda persona que, debido a fundados temores de ser perseguida por motivos de raza, religión, nacionalidad, opiniones políticas, pertenencia a determinado grupo social, de genero u orientación sexual, se encuentra fuera del país de su nacionalidad y no puede o, a causa de dichos temores, no quiere acogerse a la protección de tal país, o al apátrida que, careciendo de nacionalidad y hallándose fuera del país donde antes tuviera su residencia habitual, por los mismos motivos no puede o, a causa de dichos temores, no quiere regresar a él, y no esté incurso en alguna de las causas de exclusión del artículo 8 o de las causas de denegación o revocación del artículo 9”.

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